Murcia

OPINIÓN: El índice

La Razón
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Igual que no hay ningún español sin su noche triste, tampoco quienes se hayan librado de una buena cola. Este es el caso. El otro día tuve la ocurrencia tan poco europea de presentarme en una comisaría sin cita previa. La cosa era sacarle el carnet a mi Rubio, no fuera que en cualquier puerto, aduana o mostrador, nos echaran hacia atrás. Y en las cuatro horas que estuve con otras veinticinco personas -hombres, mujeres, niños, abuelos y medio pensionistas, pude cerciorarme de varias cosas, y de algunas que, válgame San Cucufato virgen y mártir, me erizaron el lomo como el de un perro en una pelea. Vamos a obviar que hay peña que no conoce el jabón ni lo espera, que el desodorante los abandonó cuando la tetona buscaba a Jack's allá por los setenta. Y también que la moda mercaillo chancleta se impone definitivamente como uniforme. Lo que no puedo pasar por alto es lo más básico. De la gente que se sentó delante del funcionario -otro genares-, sólo una niña de unos doce años supo lo que era el índice y dónde lo tenía. Y mira que la orden era clara y el cristal para estampar la huella dactilar era como el escaparate de Cortefiel. «Ponga el índice sobre el cristal», decía el encargado de la cosa. Y los ciudadanos lo miraban con estupor, cuando no con cierto temor. Incluso un chaval con gafas le dijo a su padre que eso no lo había dado todavía. Para mear y no echar gota. Y un señor se equivocó de dedo y le hizo la peineta al funcionario, lo que provocó un «hombre, vamos a llevarnos bien», que no tuvo mayores consecuencias. Esta aventura en comisaría me ha dejado muy tristón, porque si en España no sabemos cómo se llama el dedo con el que nos entretenemos en los semáforos, entonces no hay Montoro que nos salve. Que haya alivio.