Montevideo

Un diplomático atípico por MARTÍN PRIETO

La Razón
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Siento debilidad intelectual por los diplomáticos extravagantes. Agustín de Foxá fue un fascista, pero también fue un excelente escritor («Madrid de Corte a Checa», «Cuid-ping-zing» o «Baile en capitanía»). El sectarismo le ha sumido en los infiernos. Agregado en la embajada española ante la Roma de Mussolini, coincidió en una recepción con el Conde Ciano, yerno del dictador, Canciller y cornudo manifiesto, quien le manifestó: «A usted Foxá el alcohol lo va a matar». Era cierto que se había pasado de copas pero tuvo la agudeza suficiente para replicarle: «Y a usted lo va a matar Marciel Lalanda». Al día siguiente un avión lo trasladaba a Madrid. Como todo corresponsal extranjero, he tenido que convivir con diplomáticos de toda condición, y hasta uno de ellos me casó. Guardo sicalíptico recuerdo de uno de ellos que al ver pasar por su ventana a una señorita de posibles, tiró los papeles, salió a la calle y tardó tres días en regresar a su casa y a la embajada, encima era un misógino. Otro diplomático español, destinado en Montevideo, se separó de su esposa, pero todos los fines de semana iba con una bolsa con su ropa a la casa de su ex para que se la lavara. Asimismo, un embajador en Sudamérica humillaba a su mujer exhibiendo a su amante en las recepciones. Un día la despechada regresó de inmediato a Madrid, se sentó ante el espejo de su tocador, y se pegó un tiro en la sien con el revólver de su marido. La doctora a la que llamaron al conocer lo sucedido tuvo que doparle con sedantes para que estuviera en condiciones de tomar el avión de Iberia de regreso a Madrid camino del sepelio de su esposa. Máximo Cajal no pertenece a esta subraza, siempre ha sido un diplomático solvente pero que muchas veces ha roto con la política oficial de Asuntos Exteriores. Muchas veces fue un «líbero» que puso su conciencia por encima de doctrinas. Publica ahora su biografía «Sueños y pesadillas. Memorias de un diplomático» en la editorial Tusquets. Cajal fue embajador en Guatemala, Suecia y Francia, representante permanente ante el Consejo del Atlántico Norte, y Subsecretario de Asuntos Exteriores. En su primera visita a París, el entonces presidente José María Aznar no lo convocó a ninguna de sus reuniones desconfiando de él. El ex presidente olfateaba de lejos que Cajal le haría el argumentario de la Alianza de Civilizaciones que luego le hizo a Rodríguez Zapatero. Mártir en GuatemalaComo embajador en Guatemala fue un mártir. Indígenas desesperados entraron y tomaron su sede diplomática; el Ejército guatemalteco entró a sangre y fuego matando a 37 personas. Sólo se libró él tirándose por una ventana con el cuerpo ardiendo. André Malraux, que abasteció de aviones a la II República y ocasional piloto, juró no regresar a España mientras Franco viviera. Su jefe de filas, el General Charles De Gaulle, no tuvo ningún prejuicio y en 1970 visitó a Franco. Máximo Cajal fue el intérprete, donde el Gran Gallo francés comentó: «Está acabado. Casi no recuerda nada». Y se marchó al Cigarral de Gregorio Marañón en Toledo a tomar sus pobres notas. Cajal nos sorprendió con un libro, «Ceuta y Melilla, Olivenza y Gibraltar. ¿Dónde acaba España?» que nos dejó estupefactos. Proponía la entrega a Marruecos de las plazas africanas para mejorar nuestra relación con el sultán y aceitar el conflicto de Gibraltar y, por no quedarse corto, sugería devolver la plaza de Olivenza, arrebatada a los portugueses hace siglos como si tuviéramos conflictos territoriales con Lisboa. El disparate de un diplomático enfebrecido. No es de extrañar que este hombre le haya dado soporte intelectual a esa Alianza de Civilizaciones que Zapatero cifra en el Irán de los Ayatolás. Lo malo no es ser inteligente sino pasarse. Máximo Cajal se ocupa ahora de tratarse un cáncer. Que le tiendan la mano sus oncólogos para su mejor curación.

Título: «Sueños y pesadillas. Memorias de un diplomático».Autor: Máximo Cajal.Edita: Tusquets.Precio: 19,23 euros.