Sevilla
Camerino universal
A punto de subir a un escenario de Valencia, con mi viejo amigo Loquillo, nos dijeron: «Enrique Morente está en la UCI. No se sabe si saldrá de ésta. Hay pocas esperanzas».
Difícil, muy difícil, explicar la mezcla de emociones. Vaya por delante que nunca conocimos a Morente en persona, pero, cuando tocó subir la escalera del escenario, supimos perfectamente que esos escalones de la parte de atrás también los había subido en infinidad de lugares. Esos camerinos, con su sempiterno espejo mal colocado, su sofá añejo, su consoladora botella de whisky solitaria, habitan obsesivamente la geografía de todo músico que se precie, sea en rock, tango, jazz o flamenco. Los estilos a veces parece que viajan en compartimientos estancos, pero la liturgia, el camerino, la vida que eso nos da, son comunes.
Si alguien hubo que hizo más que nadie por romper ese estancamiento y proponer el camerino universal, ese fue Enrique Morente. Me ahorraré el convencional discurso sobre el espíritu libre del artista y tal y cual. La libertad se da por sabida. Lo más difícil es mantener el tesón, la pelea constante contra la inercia de los eruditos a la violeta. Ese tesón no nace sólo porque el artista sea libre y se rebele, sino porque ha tenido una visión. Una visión de futuro. Quizá una visión mística, lo que ustedes prefieran, pero una visión, finalmente. Ha visto lo que se podía hacer y lo ha visto en algún lugar recóndito de su cerebro.
Es toda una tarea poner en pie esas visiones y eso hizo Morente cuando se juntó con Antonio Arias y sus Lagartija Nick para grabar «Omega». Existieron dos puentes principales para que el rock y el flamenco se conocieran más íntimamente. Uno venía desde las costas del rock y lo creó un catalán que fue de niño a Sevilla llamado José María Sanfeliu. Con los hermanos Amador, tocaores jóvenes de flamenco, fundó el grupo Veneno.
El otro puente tardó mucho más en levantarse y partió desde los acantilados del flamenco. Ahí mandó la voz camaleónica de Morente y fue el hilo capaz de unir cualquier ruido que trajeran los rockeros. Hay que oírle en «Ciudad sin sueño» o con la expresividad directa que conserva, aun desde la técnica, en «El pastor bobo», cuando habla de pordioseros y poetas. Muy grande Morente. Yo no sé si hoy el público ve todavía su importancia y talla. Cuánto de crucial hay en lo que ha hecho. Pero se verá en unos años, porque los hijos predilectos del paso del tiempo siempre terminan siendo los visionarios.
✕
Accede a tu cuenta para comentar