Eurogrupo

Mari Merkel y sus muñecos

La Razón
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Shh, shh, que viene, que viene. Noche de Reyes en febrero. Vigilia en Moncloa porque viene Merkel. Pongan cara de nación persuadida de que hemos sido un desastre, cara de pueblo unido en torno a las reformas dolorosas que el Gobierno va sacando adelante. No hace falta que el PP se esfuerce tanto en machacar el mensaje de que Merkel tutela a Zapatero; es el Gobierno quien alimenta la idea de que la canciller viene a examinarle para poder presumir luego de la buena nota que le ha puesto. Sonroja la cantidad de tontunas que, a cuento de esta visita, se están diciendo. No consta que Merkel y Zapatero vayan a discutir el nivel de alemán que debe acreditar un ingeniero de Palencia para irse a trabajar a Friburgo. Salvo que estos gobernantes nuestros, de tanto refundar el capitalismo, se hayan cargado la libre circulación de trabajadores, uno puede irse a currar a Alemania sin pedirle permiso a Angela Merkel y pactando las condiciones con la empresa que te contrata. Tanto evocar el «vente p'Alemania, Pepe» hace pensar que aún nos sentimos europeos de prestado, acomplejados frente a los alemanes, tan serios, tan altos y tan rubios, ¡tan germanos! La derecha se entretiene contando que Merkel viene a darle collejas a ZP y a exhibir que ahora es ella quien gobierna España: viene a atizar con la fusta al renuente para que persevere. Da igual lo que ella diga el jueves. El resumen será que avala a Zapatero de boquilla –pero exige más carne porque nuestras reformas siempre se quedan cortas. Han convertido a Merkel en la expedidora de certificados de buen gobierno, la estadista que salva a los españoles de un gobernante pésimo. Para ser tan infalible la señora, su historial reciente está colmado de titubeos y rectificaciones, no tantos, obviamente, como los del nuestro, pero sí abundantes. Zapatero se pasó dos años equivocando el diagnóstico y regando de ideología un solar que pedía a gritos el arado. No fue el único jefe de Gobierno que erró el análisis, aunque sí el que más abusó de la falsa prédica ideológica. Ahí cavó la tumba que hubiera esquivado cualquier pragmático. No viene Merkel a desorejarle; viene a darle un beso en los morros por haber mutado en «reformator», el implacable ejecutor de ajustes y predicador vehemente de la ortodoxia fiscal que receta el FMI. Viene a premiar a nuestro presidente con una foto amable que persuada a los mercados de que estamos juntos en esto –tampoco es Zapatero el único que piensa que «la foto es lo importante»–. Viene Merkel a apuntalar la confianza en nuestra economía por la cuenta que le trae a ella, como Gobierno, y al sistema financiero de su país, como abrumado acreedor de las administraciones públicas y las empresas privadas españolas. Pongan cara de nación aliviada cuando la señora se vaya. Nos habrá aprobado el trimestre y el Gobierno celebrará acción de gracias. Es Zapatero quien, extrañamente, alimenta la idea: él es Rodolfo; y la Merkel, Mari Carmen y sus muñecos.