Presentación

El casorio de la RAE por J A Gundín

La Razón
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Con una rapidez inusual, que desmiente su artrítica parsimonia como detergente del idioma, la Real Academia Española se ha adelantado al Tribunal Constitucional y ha aprobado el matrimonio homosexual. Ni siquiera se ha concedido el tiempo prudencial que observa con otras voces, a las que sólo viste de etiqueta tras un lento remojo y un esmerado pulido. Sus Ilustrísimas tenían prisa por darle a la lengua, pero en el empeño se han dejado algún que otro pelo delator. La acepción incorporada dice así: «Matrimonio: En determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer una comunidad de vida e intereses». Es norma de la Docta Casa que para bendecir un neologismo o prohijar una nueva palabra han de concurrir al menos dos circunstancias: que sea de amplio uso y de general aceptación en todo el mundo hispanohablante. En el caso del matrimonio homosexual, no parece que la nueva entrada sea de uso común al otro lado del Atlántico, donde no existe ninguna «determinada legislación» que lo regule. Sólo España lo ha incorporado a su normativa, de la que han hecho uso unas diez mil parejas. Es decir, que la RAE ha cambiado un idioma que hablan 500 millones de hablantes en virtud de un cambio legal que interesa a 20.000 personas. Por lo demás, este asunto no tiene que ver con la riqueza del idioma, sino con una apuesta política e ideológica que retrotrae a la vetusta institución a tiempos pasados, cuando el poder condicionaba su labor académica. La RAE es muy libre de casarse con quien quiera, pero no de penalti y utilizando como arras el idioma de todos. Lo de menos es si la unión de dos homosexuales ha de llamarse o no matrimonio; lo revelador es que por primera vez la Academia bendice una acepción que apenas circula. Se le ha visto el plumero.