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El sueño muerto de la integración

Agotado el modelo multicultural en Europa, los gobiernos deberán establecer nuevas medidas para garantizar una convivencia en armonía

Imagen de la campaña nacional para motivar a los extranjeros a aprender alemán lanzada el 20 de octubre. En ella aparece Aygul Ozkan, ministra de Asuntos Sociales de Baja Sajonia
Imagen de la campaña nacional para motivar a los extranjeros a aprender alemán lanzada el 20 de octubre. En ella aparece Aygul Ozkan, ministra de Asuntos Sociales de Baja Sajonialarazon

El multiculturalismo está en plena recesión en Europa, si no herido de muerte. Las declaraciones de algunos políticos, las legislaciones de sus parlamentos y el voto de los ciudadanos, además de las encuestas, prueban que a los europeos se les atraganta la ensalada de culturas, sobre todo si el principal ingrediente es el islam.

Las declaraciones de la canciller Angela Merkel proclamando que la multiculturalidad ha muerto en su país son sólo el último ejemplo en Alemania de un rechazo creciente hacia los musulmanes. El gobernador de Bavaria, Horst Seehofer, de la CSU, ya dijo días antes que «no necesitamos más inmigración de otras culturas» haciendo referencia a Turquía y países árabes, dadas las dificultades de sus ciudadanos para integrarse. El miembro del Bundesbank, Thilo Sarrazin, un socialdemócrata expulsado tras sus declaraciones, opinó que los inmigrantes alemanes musulmanes no estaban integrados, eran menos inteligentes y abusaban de los servicios sociales. Estas ideas que se generalizan entre la clase política parecen ir en línea con lo que piensan sus ciudadanos. Según una encuesta de la Fundación Friedrich Ebert, un 58,4% de los alemanes apoya restringir la práctica del islam en su país.

Este cerco al islam se extiende además en los países vecinos. Bélgica se convirtió este año en el primer país europeo que prohíbe el velo integral en espacios públicos. El nuevo Gobierno holandés se apoya para sobrevivir en un pacto con la formación del islamófobo Geert Wilders, que está siendo juzgado por comparar el Mein Kampf con el Corán. Los ciudadanos de Suiza aprobaron en referéndum prohibir la construcción de minaretes, alentados por la derecha más dura del país. E incluso en los países escandinavos han visto como su tolerancia hacia el extranjero ha menguado, los acusan de abusar del generoso Estado de Bienestar nórdico. En Dinamarca, el discurso antiinmigración del Partido Popular danés lleva influenciando en la política gubernamental durante más de una década. Y en la tolerante Suecia, con las mismas ideas por cartel, la formación Democracia Sueca se coló por primera vez en el parlamento el pasado mes.

En Francia la situación es similar. Hace años que el crisol francés está averiado. Que ya no alía culturas. «Francia debería inspirarse en el modelo multicultural inglés u holandés» sugería en 2004 Nicolas Sarkozy. En el ensayo «La República, las religiones, la esperanza», el entonces ministro de Interior galo, se rendía a la evidencia de un sistema integrador caduco. De ahí que el debate sobre la «identidad nacional», lanzado hace un año, no resultara una cuestión baladí en un país con una herencia y valores cristianos que el presidente Sarkozy reivindicaba de nuevo hace unos días pero donde también viven cinco millones de musulmanes que a su vez representan el 80% de toda la población extranjera.


Desmigajada en comunidades
Lo que algunos describen como una sociedad multicultural, multiracial y plurilingüe, otros lo resumen en una Francia «desmigajada en comunidades», y condenadas a no entenderse.
En las dos últimas décadas numerosos son los ejemplos. Desde el polémico velo islámico en los colegios, cuya prohibición acabó decretándose por vía legislativa, hasta la más reciente ley sobre el burka, que restringe su uso a la esfera íntima y privada, desterrándolo de todo espacio público, incluida la calle. De las revueltas en los suburbios de algunas grandes ciudades como París, en 2005 y 2007, entre franceses de origen inmigrante y la autoridad de un país del que dicen renegar, a la proliferación de minaretes.

Italia, sin embargo, no ha optado por el multiculturalismo, como ha ocurrido en Gran Bretaña, Alemania o Países Bajos, ni por la asimilación, como sucede en Francia. Los políticos transalpinos olvidan generalmente a su población extranjera y no han diseñado un plan específico para integrarlos en la sociedad. Esta desidia ha dejado un vacío que muchos inmigrantes aprovechan para adoptar sin imposición algunas costumbres italianas mientras mantienen otras de sus países de origen.

El único partido que se ha preocupado por establecer un marco claro para los extranjeros ha sido la Liga Norte, aunque lo ha hecho siempre desde sus posiciones xenófobas. Aliados de Silvio Berlusconi en el Gobierno, los «leguistas» han endurecido los requisitos para que este colectivo viva en Italia, dificultando el acceso a la nacionalidad y expulsando a los «sin papeles» aunque tengan derecho a asilo. El presidente de la Cámara de los Diputados, Gianfranco Fini, ha dado en varias ocasiones una receta que puede funcionar para Italia en este campo: respeto de la diversidad, del pluralismo político y de la cohesión social siempre bajo el imperio de la ley. Sin ella, «el multiculturalismo se convierte en anarquía».


«A Francia se la quiere o se la abandona»
- Sarkozy, como candidato, dijo esta frase como eslogan de campaña meses antes de su elección y después de haber instaurado al frente de Interior, una «inmigración escogida», con derechos, pero también con deberes. Entre ellos, el dominio del idioma y la adopción de unos valores. De hecho, el hoy presidente prometió erradicar la ablación del clítoris, los matrimonios forzados o los corderos degollados en sacrificio en las bañeras.¿Consecuencias, quizá, del multiculturalismo? En cualquier caso y tras las declaraciones de Merkel, las preguntas ¿en qué consiste hoy ser francés? o incluso «europeo» cobran nueva vigencia.


El libro que reanudó el debate
- El socialdemócrata y directivo de banca alemán, Thilo Sarrazin, publicó en verano un libro titulado: «Alemania se disuelve». El libro fue censurado en todos los frentes.
- Pero también se convirtió en un superventas. Y consiguió algo aún más difícil: abrió el debate en Alemania. Sarrazin narraba que su país corría peligro por el exceso de extranjeros.
- Además, se les permitía mantener su identidad cultural y daba como ejemplos datos de mujeres musulmanas que se reproducen más rápido que las de origen alemán.


La Fundación Friedrich Ebert, de tendencia socialdemócrata, realizó una amplia encuesta para saber qué pensaban los alemanes sobre la inmigración.
¿Alemania está en serio peligro de ser invadida por extranjeros? 35,6%
de los consultados respondió que sí
¿Si el empleo escasea, deben los extranjeros ser reenviados a sus países? 30%
de los encuestados dijo que sí


Una información de: Jorge Valero, Álvaro del Río y Darío Menor.