Una película con poca fortuna

Con la que está cayendo, tiene sentido que exista un filme como éste. Lo que hace Cortés es reivindicar el triunfo de los buscavidas, de los que trabajan en Mercabarna o son músicos vocacionales o sueñan con ser cajera de supermercado en una sociedad que sólo piensa en los poderosos. El triunfo, en suma, de David contra Goliat. Aunque la película quiera adaptar, con poca fortuna, el ritmo «cool» y el tono cómplice de «Ocean's Eleven» –ralentizados propios de anuncio post- «Matrix» incluidos– a la modesta torpeza patria, Cortés se mueve en otro registro: el clan de los Pelayo actúa en el marco de la legalidad porque quiere desbancar un casino con las armas de la estadística y el estudio de las leyes del azar. Este crítico desconocía la historia, y lo que más le sorprendió fue descubrir que el líder de la banda era Gonzalo García Pelayo, director de «Intercambio de parejas frente al mar» y «Corridas de alegría», desvergonzadas apologías a favor del amor libre y el libre albedrío que figuran entre las obras más frescas y anarquistas del cine español de la Transición. Es fácil imaginar una cinta apasionante sobre la vida de un hombre que fue, entre otras cosas, productor musical y apoderado de toreros. Quizá por ello los fracasos de «The Pelayos» lucen peor: a la luz de la heterodoxia, el adocenamiento comercial del filme de Cortés resulta más tedioso si cabe.

¿Qué pensará el Pelayo cineasta de la monocorde interpretación de Brühl protegido por unas gafas oscuras y un sombrero vagamente bohemio? ¿De la visión, romántica y pedestre, que Cortés da de su atribulada vida como patriarca de un clan de jugadores casi profesionales? En cierto modo, da la impresión de que la película domestica la memoria de su cine. Lo resucita para convertirlo en fórmula.