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Liberados

La Razón
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Una larga tradición de misioneros devorados por aquellos a quienes iban a salvar el alma debería obrar en nuestro subconsciente a la hora de no acometer ciertas temeridades. Como la de los cooperantes secuestrados. Ha pasado con ellos lo que acaba pasando cada vez que alguien sustituye la realidad por lo que él piensa que debería ser la realidad.
Los animales son lo que son y lo que no pueden dejar de ser, incluidos muchos perros que acaban por destrozar a su amito que tanto se alegró cuando en mala hora se lo regalaron. Los salvajes que campan en un lugar donde el Estado ha desaparecido, o casi, obran con desprecio absoluto de los derechos de quienes vienen a rebajar la mortalidad infantil del país o a remediarles el hambre.
Pero los decadentes europeos, faltos de una religión que les dé consuelo, se echan en brazos de una espiritualidad laica en la esperanza de que los beneficiados por sus buenas acciones entiendan el gesto y respeten su vida. Y pasa lo que pasa, que a la chica secuestrada la liberaron previa conversión al islam (democracia directamente inspirada por Dios) mientras que a los varones los pensaban canjear por unos cuantos millones de euros para ir tirando con su causa, que es sólo suya y de Alláh.
Y eso es lo que finalmente ha pasado, que la aventura caritativa le termina costando a los Estados más de lo que hubiera costado repartir ayuda a través de quienes saben cómo hacer esas cosas sin asumir riesgos estúpidos, a salvo la pregunta de si a determinados sectores de la población mundial no habría que dejarlos en manos de Alláh, el caritativo, para que se cuezan en su propia salsa, es decir, en la que les preparan los ayatollás de su pueblo.