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La Razón
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A los dirigentes del fútbol siempre les sirvió el apoyo de las cajas locales, televisiones nacionales o comunitarias para pedir créditos y seguir huyendo hacia delante. También les valió la operación pilotada por el Gobierno de turno en la que el Plan de Saneamiento venía a ser el auxilium pecatorum.
Nunca ninguna medida extraordinaria sirvió para alcanzar la solución definitiva. Por más concesiones que se han hecho en porcentajes de las quinielas, aplazamientos de los pagos a Hacienda y Seguridad Social, al final de la película todo ha vuelto donde solía: al caos económico. Otra vez estamos sumidos en el mismo y la última esperanza estaba en que de nuevo el Estado acudiría en su ayuda. En tiempos de tribulación sería locura que a un Gobierno se le ocurriera prestar ayuda a los arruinados clubes de fútbol.
Con la que está cayendo económicamente sólo faltaba que se considerara al fútbol como bien público y social al que salvar. El fútbol no puede ser un problema como el paro o las hipotecas. El secretario de Estado para el Deporte, Albert Soler, ha sido rotundo: «El Estado no pagará las deudas del fútbol». ¿Lo entenderá la despilfarradora Liga de Fútbol Profesional?