Literatura

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Carlos Marzal: «La escritura me da para pan con tomate»

Foto: Kike Taberner
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De este escritor pudiera decirse que es una voz del Renacimiento, soberano de tantas disciplinas como se propone: poeta –«el mejor de su generación», Gamoneda dixit–, novelista, cuentista, «aforista», ensayista, columnista... La crítica no le escatima elogios y tiene en su haber, entre otros premios, el Nacional de la Crítica y el Nacional de Literatura. Este caballero que practica la reflexión descarnada, la acrobacia del verbo y la sinestesia del concepto, es la mejor propuesta para una charla de sobremesa veraniega.

–Lo de poeta de la experiencia.... ¿Lo aparcamos definitivamente de una vez por todas?
–Yo no aparco nada, salvo el coche. Escritor es el término que mejor nos define a quienes publicamos poemas, cuentos, novelas, aforismos, artículos. Lo que me interesa de un escritor es sabiduría vital y verbal; es decir, su experiencia del mundo.

–Se dice que a muchos no les gusta la poesía porque carecen de códigos para entenderla... , ¿pero con la economía estamos ya en estudios de postgrado!
–Todo lo mejor requiere cierto esfuerzo interpretativo: la pintura, la poesía, la filosofía. La poesía se aprende a leer en la infancia, con buenos profesores; pero al paso que vamos, con lo que se les paga, se guardarán su talento y su energía para otra empresa. La economía no hay quien la entienda (como sucede con algunos poetas). A las pruebas me remito.

–No sé si hablar de esos pobres desgraciados hijos de perra, de los que usted escribe....
–La condición humana, a poco que nos detengamos a observarla, es pobre, desgraciada e hija de perra. Y a la vez gloriosa y conmovedora.

–El cuento.... ¿siempre debe esconder un secreto para mantener su esencia?

–El cuento puede ser como a él le venga en gana. No tengo prejuicios –ni reglas– sobre cómo debe ser la literatura.

–Hay bellas reflexiones sobre el amor... ¿Sabría decirme qué es para usted?
–En todas sus variedades, es el Asunto. La única obra, el único bálsamo. Lo único que nos vuelve invulnerables. La casa encendida. El resto no es más que la hojarasca con la que nos entretenemos mientras no nos roza el amor. No hay nada más triste que un cínico incapaz de amar.

–Tiene un cuento dedicado a Sixto Casabona, futbolista del Valencia C.F. que falleció hace unos años, ¿es un escritor que practica deporte o un deportista aficionado que lee y escribe?
–Soy un constante deportista aficionado que lee y escribe. El deporte es alta cultura: «docere et delectare». Casi todo lo que sé lo he aprendido corriendo, dando patadas a un balón, jugando con compañeros, sudando, soportando molestias. Quevedo y Messi. Schopenhauer y Nadal. Zatopek y Velázquez. He jugado mucho al fútbol, ahora juego al tenis, y no descarto acabar en el golf. Las pelotas son cada vez más pequeñas

–¿Y practicar el sexo es morir un poco cada vez? Se lo digo porque en «Siempre tuve palabras», escribe de la relación existente entre hospitales y sexo.
–No soy nada fúnebre. Sólo me interesa el vitalismo. Pero los hospitales, por su proximidad con el dolor y la muerte, son centros de irradiación sexual, clubes de carretera sin grandes neones. Los enfermos, los médicos, las enfermeras, viven en guerra permanente, y en guerra, dicen, se valoran mucho más las experiencias corporales. Mañana nos puede matar esa bala perdida.

–¿Cómo es eso de que le gusta escribir por encargo?

–Me encantan los encargos: son la inspiración por persona interpuesta (sin la pesadez de esperar a que llegue la inspiración). La llamada necesidad de la escritura es una patraña de los poetas para ponerse estupendos.

–¿Cómo es eso de que Walt Disney ha creado una tragedia en el imaginario de los niños?
–La idea del animalito bondadoso, parlanchín y dulce es una memez. La naturaleza es un lugar despiadado y hostil; indiferente, por lo común, a la presencia humana. Hay que enseñarles a los niños los documentales de la 2, para que sepan que los leones no son peluches.

–Poesía, novela, ensayo: ¿es mejor recorrer la casa entera de la creación?
–La escritura es un continente imposible de conocer por entero. A mí me gusta cambiar de paisaje, moverme; pero hay quien es inmenso sin salir de su habitación. En realidad, vivimos encerrados en nuestra cabeza.

–¿Cree que la literatura cura? Porque como se entere la ministra seguirá recortando...

–Las palabras son curativas, euforizantes, medicinales. El lenguaje nos sana, nos vacuna contra la realidad. Basta escuchar unas cuantas palabras mágicas –de quien amamos, de un gran poeta– para que nos sintamos mejores, reconfortados con la existencia. Y el mejor lenguaje –por fortuna– está a salvo de los políticos.

–Un crítico sostiene que propende al malditismo... ¿Lo comparte o es una enfermedad extinguida?

–El malditismo –como el espíritu vanguardista– es una estupidez adolescente. No me interesa nada ni en el arte ni en la vida. Huyo del contacto con los aspirantes a maldito. Me parecen niños malcriados.

–Cuando publicó «Sentimiento torero», ¿quería provocar o constatar una afición casi genética?
–Amo todo lo relacionado con los toros. Mi padre era manoletista y antoniomachadista a partes iguales. El toreo es una de las artes integrales por antonomasia y una celebración vitalista.

–¿Qué está escribiendo ahora?
–Estoy metido en una nueva novela, pero espero que no sea de mil páginas. Ahora bien, conmigo nunca se sabe. Me tengo miedo.

–¿Se vive de hacer versos? Utilicemos como unidad de medida un rango que vaya de las gachas al jamón ibérico.

–Se vive de la escritura –en mi caso– por el hecho de haber escrito libros de poemas. Me da para pan con tomate.