Marta Robles
El destino
Casi dos años después de aquel tenebroso siniestro de un avión de Spanair, aún se investigan sus causas reales. Supongo que será para impedir que un accidente igual se vuelva a repetir. Pero, es tan difícil enmendar los designios del azar. El error humano, que parece apuntarse como irrebatible, pudo resultar, quién sabe de qué. Es obvio que los comandantes de vuelo no tienen deseos de matarse y que deciden lo que consideran mejor para su aeronave; pero resulta que, además de su trabajo, tienen una vida en la que, como en la de todos, hay días de luminosos rayos de sol y días de tormenta…¡Y quién sabe cómo llega cada piloto a su avión!. Unos días lo harán tranquilos y otros estresados, algunos felices y otros afectados, qué se yo, por una crisis de desamor…¿Eso significa que, cuando volamos, tenemos en sus manos nuestros destinos y que dependemos de sus estados de ánimo? Pues no exactamente, porque hay quien roto de dolor puede descubrir la Penicilina –no tenemos datos del estado vital de Fleming en el momento de hacerlo– y quien es incapaz de desarrollar gloriosamente la tarea más nimia en el más feliz de sus días. Lo que quiere decir que, más allá de que, en general, todos los profesionales de la aviación cumplen perfectamente con sus obligaciones, como se deriva de los poquísimos accidentes aéreos que ocurren, teniendo en cuenta los cientos de miles de «pájaros de hierro» que, casi milagrosamente, surcan los cielos a diario, hay días señalados en negro en los calendarios, en los que el azar hace que los errores se conviertan en tragedias. Aquel 20 de agosto, simple y desgraciadamente, fue uno de ellos.
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