Sevilla
De Guatemala a Guatepeor
Según parece nuestro presidente Rodríguez Zapatero ha tomado una decisión y se la ha comunicado a su esposa y a un militante socialista próximo. Tal vez esta decisión tenga que ver con la gobernación del Estado y con el futuro de todos nosotros. Pero el señor presidente es muy suyo y ha tomado no sólo una, sino a la vez, dos decisiones: también no comunicar lo decidido hasta que lo crea oportuno. No es ahora la ocasión, ante las próximas Navidades y las futuras elecciones municipales y autonómicas, de crear un mal ambiente, incluso tras perder la votación de la ley Sinde. Debe ser muy duro –y lo comprendo– levantarse cada día con más y nuevos problemas. No ha de ser sencillo estar ahora en el Gobierno y, en cambio, resulta fácil y hasta útil quedarse en la oposición contemplando como lentamente se va hundiendo el barco socialista en las encuestas, que se cumplieron en Cataluña, sin soltar prenda. Todo empezó un mal día en Wall Street y gracias a ello, en parte, disfrutamos en España ya de cuatro millones y medio de parados y seguirán creciendo sin ninguna esperanza a corto plazo que remedie los entuertos. El camino recorrido ha sido arduo, porque algo tiene que ver con todo esto el problema inmobiliario que no se ha querido o podido afrontar desde el inicio. Y ahora las cajas y los bancos se nos convierten en agencias inmobiliarias. Hay quien se pregunta por qué razón el piso que compró hace unos pocos años y por el que pagó un pastón se valora ya por mucho menos.
Observa a su alrededor y entiende, porque no es sólo el ladrillo lo que afecta a la economía española. Es ya una forma de vida. La satisfactoria inauguración del AVE Madrid-Valencia ha venido cargada de reproches públicos. Eso que comenzó de Madrid a Sevilla en aquel dichoso e inolvidable 1992 tal vez tampoco podíamos permitírnoslo. Todos los propósitos de enmienda se basan en austeridad y hasta diseñan el retorno a un mundo muy distinto del que solo algunos han disfrutado. Sobran aeropuertos, sobran universidades, sobran enfermos y hasta hay quien asegura que administraciones y comunidades. Este país, hinchado de burocracia, está enviando al exterior a sus mejores cerebros. Los planes de investigación en marcha se detienen y se pretende calmar a los mercados haciendo caja, vendiendo hasta un porcentaje de la lotería nacional, que también es mala suerte tener que anunciarlo en las vísperas del sorteo navideño. Vivimos en una euroburbuja que cobija otras múltiples. Zapatero entiende que nos quedan cinco años hasta retornar al buen camino. Es un infinito para cualquier político e imprevisible desde el punto de vista histórico. Se decía que una de las virtudes del presidente era que manejaba muy bien los tiempos. Tal vez. Pero se han conjurado todos los demonios a la vez y faltan riendas para sujetarlos. Es posible que su secreto, sellado a cal y canto, haya sido tan solo un desliz, abrumado por la alegría de estas fiestas agridulces. Puede considerarse, sin embargo, que, atento a los tiempos, el maquiavélico político haya lanzado la liebre al ruedo para contemplar hacia dónde se dirigen los galgos. Las elecciones catalanas no solo han desplazado al tripartito del poder, sino que han puesto en honda crisis la naturaleza y propósitos de ERC, a los pies de Mas, y también el PSC-PSOE está ya en trance de autodefinirse: decantarse hacia el soberanismo que, en parte, encarna Mas o regresar a los cuarteles de la socialdemocracia.
Pero no son tan solo la política y los partidos quienes, dirigentes, opositores, militantes de base o simpatizantes, andan a esas horas tentándose la ropa. España entera se pregunta qué va a pasar después de la tregua navideña, cuando los bolsillos se encuentren aún más vacíos, crezca el paro un poco más y se sientan en carne viva los nuevos recortes y los que vendrán. Parece casi cómico que se ande a la greña por la jubilación a los sesenta y cinco o sesenta y siete años, cuando se incrementan los parados, ajenos a cualquier júbilo o mera satisfacción y cuando los jóvenes no tienen cabida en el mercado y volvemos de nuevo a probar el recurso de la emigración a otros países europeos más prósperos, a Australia o a China. Los chinos son, en efecto, quienes están echando una mano al euro y no será por caridad cristiana. Lo más sencillo –aunque no sea tal vez lo más justo– es echarle las culpas de todo al Gobierno. Entramos en un nuevo ciclo, si decidimos mirar algo más lejos, en el que la desunida Europa y los decadentes EEUU habrán de cuestionarse su voracidad consumidora. La vida podrá ser en el futuro menos abundante en ciertas cosas; pero ello no supone necesariamente que entremos en un infierno. Hemos vivido en las últimas décadas pendientes de tener algo más, cuando tal vez nos hubiera convenido desear algo menos. Podremos usar en lugar de poseer. La nueva urbe, si logramos vencer a los demonios del paro y la pobreza extrema que nos agobian, puede llevarnos a la solidaridad siempre reclamada y pocas veces conseguida. Pero, por el momento, quienes viven situaciones dramáticas observan, con razón que el futuro inmediato es Guatepeor, aunque Zapatero haya tomado ya su incógnita decisión.
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