China

Peter Weir dispara contra el estalinismo

En «Camino a la libertad», Peter Weir mete su cámara en las entrañas de los terribles gulags soviéticos para contar la historia de siete hombres que deciden escapar. A pie. De Siberia.

GULAGS: BIENVENIDOS AL INFIERNO
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Si le preguntan a Peter Weir qué le parece que ayer mismo el sillón de Liu Xiaobo en Oslo estuviera vacío (iba a recibir el Nobel de la Paz, pero China, tan airada y soberbia siempre, lo sigue manteniendo cautivo), responde de una manera extraña pero inequívoca: «Cuando íbamos a rodar la película, consideramos que uno de los escenarios donde se desarrollase fuera Mongolia porque reunía condiciones muy favorables, pero yo estaba ansioso por que decidieran finalmente que no. Allí todavía existen auténticos gulags...». El aplaudido director de «El show de Truman», «Único testigo» y «Gallipoli», entre otras, visitaba España en un claro luminoso del tiempo para hablar de este sólido filme, «Camino a la libertad», sobre un puñado de prisioneros, casi todos rusos y polacos, que consigue escapar de una de aquellas monstrescas cárceles soviéticas en 1940 y que Stalin llenó durante años hasta reventar de seres humanos cuyo delito era, las más de las veces, delirantes, patéticos y absurdos pretextos con fines «depurativos»: delitos callejeros menores, hacer chistes sobre un dirigente comunista, visitar el extranjero, practicar cualquier religión, llegar tarde al trabajo tres veces... Ed Harris, Colin Farrell, Jim Sturgess y Saoirse Ronan protagonizan la película (cuyo estreno en España será el 5 de enero), y todos decidieron también hablar de ella junto a Weir en Madrid. Dura y sin apenas concesiones, retrata cómo estos hombres (y una mujer muy jovencita que más tarde se suma al grupo), sin comida, sin equipamiento alguno, sin nada más que el cielo por techo, intenta llegar caminando desde Siberia hasta La India para preservar sus cabezas, sus vidas y la cordura que les va quedando tras padecer el régimen sangriento. «Hemos sabido bastante poco hasta hoy sobre los gulags, mucho menos que del nazismo y las atrocidades que cometieron. Y eso incluye a las películas realizadas sobre el tema. Para mí fue un descubrimiento conocerlo en profundidad y oír el testimonio de varios supervivientes de unas circunstancias crueles y extremas», dice Wier. Es cierto: aunque inspirada en la novela de Slavomir Rawicz «La increíble caminata», en la que recoge el testimonio real de numerosos castigados por aquel despótico y corrupto sistema (un libro que, por cierto, también ha provocado cierta polémica), cualquiera que conozca a Peter Weir sabe de su exigente, casi maniática forma de documentarse antes de tomar las riendas de un proyecto en aras siempre de insuflarle el máximo realismo. No les digo entonces nada si se topa con un filme de esta resonancia histórica; así, además de los numerosos testimonios escritos y audiovisuales a los que tuvo acceso, también conoció por boca de las víctimas aquellas terribles experiencias llenas de dolor, de terrores y muerte.


Sin pasaporte, indefensos
No menos meticuloso que Weir, Ed Harris, que encarna en la cinta a un ingeniero estadounidense cuya existencia igualmente acaba aplastada por el estalinismo, decidió conocer todos los detalles de la tragedia que también padecieron durante aquel ignominioso periodo sus compatriotas: «Lo desconocía, pero, durante la Gran Depresión, los periódicos de mi país anunciaban que había trabajo en Rusia. Miles de personas fueron en busca de uno para mantener a las familias que dejaban atrás. Al aterrizar, les retiraban los pasaportes y les exigían convertirse en ciudadanos soviéticos para conseguir empleo. Cuando empezaron las purgas y fueron acusados por Stalin de espías, los deportaron a estos centros de tortura», afirma el delgado Harris vestido de vaqueros y con los ojos más azules y enigmáticos que nunca.

No, rotundamente no: el cine de Peter Weir no responde a los comunes requerimientos de Hollywood: «Bueno, ellos tienen donde elegir, entre un cine para niños y espectadores algo infantiles, de superhéroes, y otro distinto. Lo grave radica en la manera en que se apropian del terreno y terminan arrinconando a ese segundo tipo de filmes que esperemos no acaben eliminando», confiesa. ¿Se siente, entonces, un «off sider»? «Bueno, soy un lobo solitario, pero hay alguno más también por ahí. Vamos sobreviviendo...»


Detrás de una trufa
La película suena ya con bastantes ecos de fondo para los próximos Globos de Oro y los Oscar en los apartados de mejor dirección y actor, para Ed Harris, eterno candidato Harris (¿van cuatro veces ya? Inconcebible), quien asegura que «la distribución en EE UU ha sido escasa, no sé bien los motivos. Supongo que porque a los distribuidores les pesa el hecho de que no incluya en el reparto grandes nombres (peca de modesto el protagonista y realizador de «Pollock») y porque no ofrece persecuciones en coche, simplemente cuenta las desventuras de una gente que anda... Es una cinta no demasiado acorde con las modas actuales, poco explotable». Weir, que no se ponía detrás de la cámara desde que rodó en 2003 la sobria y estupenda «Master and Commander» («me llevé esos siete años como un cerdo buscando una trufa, o sea, el guión adecuado», advierte con jocosidad) incide en el asunto: «Los premios están bastante bien, y respeto a la Academia, pero hoy mezclan este arte con una serie de elementos ajenos al mismo, de modo que al final están ahí, unos presionando encima de los otros...». En la Meca, añade, «no suelen inclinarse por obras de esta naturaleza, por "dramas para adultos", como actualmente las llaman... Un nombre que no existía cuando yo empecé en esta profesión y que me suena un poco pornográfico...». El simpático Weir sonríe irónico, e insiste: esto se ha convertido en un negocio. Y sólo queda una salida: «Seguir luchando hasta el final, hacer las mejores películas posibles. Se trata de un camino, otro más, y largo; algunos perecerán en el intento. Pero no podemos dejar que quienes forman el apartado de marketing decidan lo que quieren ver. Prima la fiebre del oro, con esos títulos que hacen millones de dólares en taquilla, mientras que mis propios amigos lamentan todo el año que no tiene nada bueno que ver en la cartelera...».

Curiosamente, en la película, Mark Strong encarna a un actor de cine cobarde condenado a Siberia por «elevar el estatus de la antigua nobleza» con uno de sus papeles: «Bueno, se trata de alguien que chupa la energía de los demás, que incita a la lucha mientras que él no hace nada», comenta Harris. Yo me refería a otra cosa: ¿por qué el arte siempre ha supuesto una amenaza seria para los totalitarismos? «Con respecto a esa cuestión, creo que porque revela el misterio, se trata de una liberación, y plantea preguntas que no se pueden responder... En dichos regímenes quienes mandan desean controlar a todos los seres humanos y con el arte eso resulta imposible». Saoirse Ronan sorprende con su respuesta: «Yo pienso que porque refleja la verdad, y muchos temen lo que el público puede sentir frente al descubrimiento de dicha verdad, la energía que puede transmitirles». Ronan tiene apenas 16 años. Y quién lo diría.


Hipotermia y un recital en ruso
Ha sido, reconocen todo el elenco del filme, un rodaje duro, muy duro. Ambientado básicamente entre Bulgaria, La India y Marruecos, el joven Jim Sturgess confiesa que «lo peor para mí fue la parte que se desarrollaba en el desierto de ese último país. Tuve una hipotermia porque en una de las escenas debía meterme en unas aguas que estaban heladas. Cinco personas, con secadores de pelo, intentaron quitarme los espasmos más tarde». Parece que Colin Farrell tuvo un poco más de suerte: «Yo trabajé en Rusia, pero hacía muchísimo frío... Sin embargo, aquellas incomodidades nos ayudaron para meternos en nuestros personajes, aunque nada puede ser parecido a lo que sufrieron ellos, los auténticos protagonistas de estas historias... En otro aspecto coinciden también: «Lo mejor de trabajar con Peter Weir radica en que, una vez ha decidido realizar una película (porque no se trata de un cineasta que se prodigue demasiado precisamente), vuelca todo su compromiso en él, y me refiero también a cualquier detalle, por pequeño que sea: cómo llevas el pelo, si tus uñas tiene la suficiente suciedad, si te sabes los diálogos... Para que llegues a la verdad y profundices cuanto sea posible en tu papel», desvela Ed Harris. «Peter pone el listón altísimo en cuanto a la pasión que debes aplicar para preparar la historia. Debo reconocer, con todo, que jamás me he sentido más seguro que en sus manos», señala Farrell, quien tuvo, asimismo, que aprender ruso: «Me dio clases una profesora de idiomas y oía grabaciones de recitales poéticos, me pareció una experiencia maravillosa.
En cuanto empecé a hablarlo sentí cómo el sufrimiento de ese pueblo influía hasta en mi interpretación física, en las expresiones de mi cara. Sólo por decir unas cuantas palabras...».


El detalle
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- Los gulags (arriba, uno de ellos) albergaban a prisioneros, tanto los procedentes de todos los rincones del imperio soviético como los extranjeros. El noreste de Siberia, donde están encerrados los protagonistas de la película, era el más conocido y mortal. Las temperaturas podían llegar a descender por debajo de los 50 grados bajo cero.
- Desde 1910 el número de campos fue aumentado y llegaron a ser miles. Las condiciones empeoraron tras la llegada al poder de Lenin, Trotsky y Stalin. Convertidos en campos de trabajos forzados, abundaban las torturas y las arduas deportaciones (por tren o a pie).
- Anne Applebaum, en «Gulag», estima que acogieron a más de 18 millones de seres y que fallecieron sobre cinco millones, pero otros dan cifras más elevadas aún.La esperanza media de vida de un reo era un invierno. Fue encarcelado el 12% de los 195 millones de personas del país. Nadie sabe hoy día exactamente hasta dónde llegó la brutalidad estalinista.