Chicago
Los mayores viajes de la Humanidad
Los libros «Exploradores del mundo» y «Grandes viajes» recorren las hazañas y las rutas más impresionantes de la historia
El viaje es un concepto posterior, más reciente, de cuando el hombre comenzó a percibir el mundo como una posibilidad y no como una amenaza. Antes no viajaba, sobrevivía. Y sus éxodos, sus expatriaciones tempranas, protohistóricas, sólo eran supervivencia, necesidad, imperativos. El nomadismo es una de las condiciones de las culturas primeras. Es la infancia de todo pueblo. Después todo deviene en ciudad, en asentamiento. El horizonte, que antes representaba huida, empezó a prefigurarse en otra cosa, a convertirse en conocimiento, curiosidad.
El hombre dejó África para alcanzar su futuro, que estaba ahí, sin darse cuenta, para huir de la estepa, de ese lado sombrío, más animal y apegado al instinto. Mucho después tuvo que regresar a ese continente primero para encontrar las raíces, las huellas del antepasado, las pisadas que había dejado el abuelo. Las tierras iniciales que conoció fueron también de las últimas que se exploraron. Antes se encontrarían rutas, dibujarían mapas, escribirían libros, pisarían costas, conquistarían islas, penínsulas, tierras insospechadas y otros planisferios inimaginados, llenos de remotas mitologías, de esas inscripciones de «terra incognita» o «terra ignota» que demarcaban mundos y establecían fronteras.
El camino, la senda, siempre ha nacido a la vera del comercio, de la necesidad del intercambio (la expectación, el asombro y todo eso llegó después). El primer explorador conocido es Harkhuf, un egipcio del 2.300 a. de C. Nació en una familia noble de la isla de Elfantina y su cartografía era una indagación de los recursos naturales de Nubia, que se concebía en oro, natrón (una mezcla de sal y cenizas que se usaba para la momificación).
Abría las puertas para la expansión de Egipto. Y es que, durante muchos siglos, todo geógrafo solamente era una avanzadilla de un país, un rey, una colonización. Hannon, de Cartago, navegaría al África oriental, y Hecateo, un griego, realizaría el primer mapa del mundo. Todo eso en el 500 a. de C. La editorial Geoplaneta ha publicado «Exploradores del mundo. Grandes historias de aventura y fortaleza», que, con diagramas, ilustraciones, fotografías, va trazando esa cronología de nombres que, derribando límites, escalando alturas, fueron mostrando los secretos que escondía el planeta.
Completar espacios en blanco
Algunos de esos hombres hunden sus peripecias en la leyenda. Según dice Estrabón, un tal Piteas de Massalia habría emprendido, hacia el 330 a. de C., una expedición para buscar el final de la Europa septentrional. No se conservan las memorias de sus viajes, pero se dice que mencionaba «noches tan cortas que el sol casi no se ponía», que pudo describir la aurora boreal y que es el descubridor de las Islas Británicas. Marco Polo, Ibn Battuta y Vasco de Gama van ampliando el planeta, y, paradójicamente, también, estrechándolo. Pero en este periplo de incursiones, hazañas y envalentonamientos abundan los militares, los soldados. Desde aquel Alejandro Magno que alcanzó Asia, que tomó Persépolis, que entró en Babilonia, hasta los soldados españoles que, ávidos de fortuna, plata y suerte, se embarcaron en los periplos más asombrosos: Magallanes, Núñez de Balboa, Hernán Cortés, Orellana, Pizarro, con sus biografías salpicadas de claroscuros, abren una época que avanzaría después hacia James Cook y esa edad ya muy posterior en la que el hombre se dedicaría a completar los espacios en blanco, lo que le faltaba al mapa, con Livingstone, Stanley o John Philby, entre otros héroes.
El libro redondea este orbe de personajes con los héroes del polo norte y el polo sur, con los pioneros del espacio, con aquellos que se deciden a pisar las cimas más altas y las fosas marinas más hondas. Y, para completar la expedición, el viaje, y también de Geoplaneta y Lonely Planet, nada mejor que las páginas de «Grandes viajes», un volumen dedicado a los viajes más espectaculares que existen en la actualidad.
Del desierto a la montaña
Se trata de una monografía que se lanza a través de tierras, ríos y mares; que remonta paisajes en ferrocarril a través de carreteras y atraviesa océanos en barco. Que persigue las más antiguas rutas comerciales y repasa los viajes literarios, desde Homero, al Congo de Conrad, los Estados Unidos de Mark Twain o los trayectos en burro que Robert Louis Stevenson hizo por Francia. Unas páginas que se lanzan tras la senda de Buda, recorren Tierra Santa, persiguen el Camino de Santiago por España y siguen la estela de los peregrinos de Shikoku. En sus capítulos asoman nombres como Paul Therouz, Julio Verne o ese Gran Tour que los nobles hacían casi por obligación en los siglos XVII y XVIII. El autor incluye recomendaciones, las mejores épocas para acometer estos viajes, consejos y hasta la duración más adecuada para disfrutar del paisaje y los monumentos. Desde el desierto hasta las cordilleras más inexpugnables. Y todo, quizá, para responder una pregunta que tiene mil respuestas, pero para la que se sigue buscando la más adecuada: «¿Por qué viajamos?».
Las mejores frases de los grandes exploradores
«Sólo podían contentarme los caminos jamás hallados por los europeos». Lo dijo Sven Hedin, explorador de Asia central.
«Os he dado más provincias que ciudades dejaron vuestros padres», apunta Hernán Cortés en una carta a Carlos V.
«Aguantaremos hasta el final», aseguró Robert Scott, héroe de la Antártida (en la imagen).
«Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad», declaró, ante el mundo entero, Neil Armstrong al pisar la Luna.
Cada explorador ha dejado una cita. Una frase que habla de sus retos, de los límites y bordes que franqueaba. Hablar de lo que suponían sus hazañas, lo que representaban y de las fronteras que rompía al llegar hasta allí. Y, en sus viajes, no reconocen más que una cosa: su meta. Puede ser geográfica, intelectual (como es el caso de Darwin), marina (Jacques Cousteau) o espacial. Y es que detrás de cada viaje, de cada empresa, hay un sueño, una idea, que va más allá del simple camino.
Del Misisipi al Oeste
Las opciones son muchas. Y los consejos también. Los «Grandes viajes» que propone este libro son tan tentadores como variados. Por ejemplo, si se decide por un descenso del Misisipi, evite la celebración del «Mardi Gras», si se aloja en Nueva Orleans. En caso de que la ciudad elegida sea Edimburgo y en agosto, reserve con antelación: la ciudad se llena a causa del festival. Otra propuesta tentadora es la de California Zephyr, una línea de tren que va desde Chicago hasta San Francisco. Un consejo: viaje de Este a Oeste para disfrutar de los ocasos. Si el espíritu aventurero prima, el extremo norte del continente americano es su ruta, pero no se confíe, incluso en agosto la temperatura apenas alcanza los diez grados.
«Exploradores del mundo»
Varios autores
geoplaneta
360 páginas. 32 euros.
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