Europa

Crítica de libros

Una victoria moral

La Razón
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Te imaginas un mundo en el que después de edificarte tu casa con tus propias manos, comprarte un piso o endeudarte hasta las cejas para pagar una hipoteca, sólo pudieras disfrutar cincuenta años de esa propiedad y tuvieras luego que entregarla al dominio público sin que tus hijos la pudieran heredar más que un ratito? En ese lugar hemos estado viviendo los autores, obligados por ley a perder los derechos sobre nuestras obras al cabo de medio siglo para que pasaran a dominio público. Venimos señalando la injusticia de ese planteamiento y nadie ha podido rebatir coherentemente esa cabal queja, máxime teniendo en cuenta que a nuestro alrededor, seguimos viendo familias cuyo respeto y legitimidad proviene de propiedades territoriales obtenidas hace siglos, incluso a veces en incruentas situaciones de guerra, cuya herencia se considera indiscutible y legítima. ¿Por qué ese doble rasero para la propiedad intelectual?
En EE UU ya hace tiempo que se pusieron a solucionar el tema; pero aquí en Europa, con el complicado encaje de bolillos que supone la Unión, la cosa se eternizaba. Ahora, por fin, después de esperar pacientemente a que Polonia viera la racionalidad de la medida y a que Suecia dejara de ceder a las tentaciones excesivas con que siempre le pierden lo público y lo pirata, el plazo se ha ampliado en veinte años. Es una gran victoria moral porque esa ampliación reconoce de una manera implícita que lo verdaderamente justo es que el autor sea para siempre el dueño de su obra, tal como sucede en otros tipos de propiedades. Ser patrimonio cultural público ha de ser un premio, no un castigo.