Libros

Roma

Cultura en el mercado por Francisco Nieva

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando yo era un chaval, ir al museo, al concierto y al teatro era sinónimo de tener cierta cultura, en mayor o menor grado. No eran cosas inhabituales, pero tampoco constantes y diarias. Todo a su tiempo. Pero ¿qué pasa ahora? El museo, el concierto y el teatro nos lo mete el comercio por los ojos y por los oídos. La Prensa, la televisión, la radio... Ahora somos esa «sociedad del espectáculo», que hace tiempo se denunció. Espectáculo cultural continuo, confuso, ensordecedor, banal, en el que todo tiene el mismo valor. Sí, sí, ciertamente, porque la cultura está en el mercado y en el mercado reina un guirigay ensordecedor y desorientador. Como en la Banca.

Me parecía un privilegio de la cultura descubrir al pintor Edward Hopper a su tiempo y por mi cuenta, pero me fastidia en grande que me lo impongan como una marca de cerveza. Y así, me lo roban, me lo desvalorizan y me lo arrastran por los suelos. Y veo que eminentes figuras de la política y la vida social se dan pote y charol, honrando con su presencia –en la exposición antológica– la memoria de Hopper, como antes lo harían con Caravaggio, o con lo que se les ponga por delante. - «Miren ustedes, aquí estamos nosotros. Que lo difundan todos los medios de comunicación, que todo el mundo se entere de lo finos que somos».

Casi me da vergüenza por ellos, verles ahí, como tenderos o despenseros de la cultura, lo que antes se llamaba «un hortera». En la definición del diccionario viene esta acepción: «En Madrid, apodo de los mancebos de ciertas tiendas de mercader». Vivimos un tiempo en el que «la economía nos come», la economía todo lo vuelve comercial, y lo comercial desacredita y rebaja el intrínseco valor de todo. Porque le atribuye un precio de ocasión, por encima o debajo de su valor real como obra de arte. Por ejemplo, se puede comprar un cuadro de Tiépolo mucho más barato que uno de Warhol. Creo que todo el mundo –lo que se define como la masa– tiene derecho a enterarse de la existencia de Caravaggio y de Warhol, más bien pronto que tarde. Lo cual depende de la educación. Y pienso que la educación de las artes se imparte muy por debajo de las ciencias positivas. Mas, con relación a la cultura, las dos tendencias son igualmente fundamentales. Educación completa. A partir de esta educación, la aventura cultural de cada uno depende de su capacidad de selección y de lo que va descubriendo y valorando por sí mismo.

Voy a poner un ejemplo de lo más demostrativo: en el año 68, viviendo yo en Roma, cerca del típico Trastevere, en un modesto cine de aquel barrio, y a horas «no comerciales», se proyectaban las primeras películas de Andy Warhol, y el local se llenaba de gente interesante, de intelectuales de vida libre, de artistas, de golfos y drogatas. Y aquello era una juerga. Exactamente. Rodaban por el pasillo botellas de licor vacías, fumaban porros muchos asistentes, y otros llegaban ya «colocados». Se escuchaban gritos entusiastas de mariquitas. Descubríamos el talento transgresor de Warhol y lo celebrábamos ruidosamente, como embriagados de libertad creadora. Y todos éramos «el público de Warhol», tal como él lo deseaba. Warhol quiso gustarnos siempre, porque éramos gente regularmente culta, pero libre de seleccionar y apreciar «lo nuevo» con gritos de júbilo. Warhol haría posteriormente su agosto, pero su propuesta era rigurosamente estética y certera. El artístico valor de las cosas, la genialidad, la originalidad y el progreso de las artes lo determina la cultura y no el comercio. Pero cuando, casi 30 años más tarde, Warhol se hizo popular en España, sobrevino tal empacho de Warhol, que sus descubridores primigenios mostrábamos cada vez más desagrado, al verle ya devaluado por su popularidad comercial, estéticamente convertido en arte al por mayor y sujeto a las valoraciones del mercado. Ya no era posible disfrutar de los verdaderos hallazgos del artista, ahora convertidos en detestables tópicos.

No puedo ir más allá, porque este artículo no es muy largo. Mas espero que mi lector saque sus consecuencias personales de lo que lleva ya leído.