Parados de larga duración
Perniciosa herencia del franquismo
Me consta que hay algunas personas que llevan años esforzándose por encontrar y difundir aspectos positivos en la herencia que Franco dejó a los españoles. Suelen referirse por regla general a las carreteras, los pantanos, la seguridad social o la paga de verano –entonces 18 de julio– como algunos ejemplos claros de su tesis. No digo yo que no tengan ninguna razón, pero la verdad innegable es que el franquismo nos dejó herencias perniciosas que no sólo no hemos conseguido remontar sino en las que hemos profundizado hasta puntos indiscutiblemente dañinos. Uno de los ejemplos más obvios es el de los sindicatos oficiales. Por más que Méndez, Toxo y sus acólitos voceen majaderías propias de la bruja Avería relacionando el mal y el capital; por más que insistan en la defensa de los trabajadores frente al malvado empresario valiéndose de preclaros intelectuales como el Chiquilicuatre; por más que repitan consignas que demuestran que no distinguen a un neo-con de una alcachofa, lo cierto es que los sindicatos no pasan de ser una parte de la administración estatal, profundamente ideologizada y costosísima, es decir, los sindicatos verticales de la época de Franco, pero con muchos más pesebres y costando muchísimo más. La legislación laboral del franquismo fue una mezcla pesada e indigesta del fascismo de la Falange –del que debe saber mucho María Teresa Fernández de la Vega porque su padre fue parte sustancial del mismo a las órdenes del camarada Girón de Velasco– con inyecciones enormes del sindicalismo entrista de unas CCOO que negaban por activa y por pasiva su conexión con el PCE alegando que se reunían en parroquias. En otras palabras, comenzó con la Carta di lavoro de Mussolini que inspiró el Fuero del Trabajo y se consumó con el control comunista de la representación sindical de las empresas más importantes. Semejante cocktail –no tan extraño porque ya se sabe que los extremos se tocan– tuvo como una de sus consecuencias directas una rigidez laboral que empezó a mostrar a lo que podía llegar en la agonía del franquismo y que ha dado frutos extraordinariamente amargos desde la Transición. Por ejemplo, tras el desarrollismo de los sesenta, nuestras empresas perdieron competitividad y nuestro mercado laboral padeció una tasa endémica de paro. Siguiendo la ortodoxia franquista –que en eso como en otras cosas estaba mucho más cerca de la izquierda que del liberalismo– los sindicatos fueron engordando y recibiendo su sustento de los impuestos que pagamos los ciudadanos que tenemos la suerte de conservar un puesto de trabajo, mientras se aferraban a fórmulas rancias y, sobre todo, falsas que nos han anclado en unas cifras de desempleo vergonzosas. A lo largo de tres décadas, UGT y CCOO han conseguido perfeccionar lo que apenas bosquejaron teóricos del fascismo hispano como Girón, Arrese o Elola. Por ejemplo, dentro de la más pura ortodoxia mussoliniana, los sindicatos mantienen los convenios colectivos, han aumentado desmedidamente el número de sus liberados – junto a millares de mileuristas a sus órdenes– se aprovechan económicamente de desgracias como los EREs y pretenden marcar las líneas de la política económica. Incluso han montado agencias de viaje como los sindicatos de Hitler en los años treinta. Está visto. Mucha Memoria histórica, mucha Memoria histórica, pero UGT y CCOO están empeñados en que no logremos quitarnos de encima la perniciosa herencia del franquismo.
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