Historia

Murcia

OPINIÓN: Dignidad

La Razón
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Si mi padre hubiera vivido para ver la horrible muerte que ha tenido Gadafi habría revivido días terribles de la guerra civil, cuando a los catorce años vio asesinar a un hombre de un tiro en la sien por el mero hecho de ser guardia civil. A mí no se me va de la cabeza y entiendo que opinando sobre el episodio final de la primavera libia hemos caído muchos en el anteponer a la manifestación de horror una coartada: y eso que me parecía un asesino miserable. Entramos ahí en la senda que conduce a su linchamiento: lo linchamos porque es un asesino miserable, como si el hecho de serlo resultara definitivo a la hora de reconocer o no la dignidad humana que sus captores no quisieron ver pese a que a la vista estaba. Vimos cómo lo cosificaron, lo expulsaron del mundo de las personas para hacerlo animal o cosa y jugaron con él como el gato juega con el ovillo. Por encima de sus juegos se elevaba en nosotros la repulsión de la injusticia vivida en directo, repetida hasta la nausea en televisión como un recreo estético en la suerte más sangrienta. Y luego la exhibición del cadáver, el no dejarlo en paz ni después de muerto, cuando un cadáver, que podría ser sólo cosa (¿acaso no nos comemos los cadáveres de otros bajo la especie cosa?), pero nosotros llevamos respetando a nuestros muertos desde tiempo inmemorial y sin interrupción. Si el Derecho tiene como finalidad regular la pacífica coexistencia y desarrollo de los seres humanos, la cara ensangrentada del sangriento Gadafi, una vez preso, viejo, reclamando la piedad que él no ejerció, ha despertado en nosotros, humanos civilizados, un memorial de otros sacrificios que en el mundo fueron. Hasta el paisaje contribuía a las remembranzas testamentarias, con todo lo que eso tiene de icono en nuestra memoria.