CC OO

Méndez debe dimitir

La Razón
La RazónLa Razón

El problema de los pulsos es que se pueden perder. Los sindicatos, tras años de arrumacos con el Gobierno, decidieron echar el pulso de la huelga general. Reto difícil, porque las huelgas no siempre se ganan. Es fácil hacerlas si se controlan los transportes y los medios de comunicación, pero sobre todo si se sintoniza con la gente, de manera que son los ciudadanos los que por sí mismos deciden que hay razones para la huelga, y por su propia iniciativa, sin mediar presiones ni piquetes violentos, paran un día para transmitir al Ejecutivo su opinión contraria a como se están haciendo las cosas. Ocurrió así el famoso 14-D, cuando Nicolás Redondo y Antonio Gutiérrez supieron conectar con la ciudadanía y sintonizar con un ambiente de protesta general que se tradujo en una jornada de paro absoluto, con la inmensa mayoría de los comercios cerrados, transportes públicos parados y el país en general comprometido con una contestación que iba mucho más allá de la mera protesta. Nicolás Redondo era del PSOE, y Felipe González también. Pero Redondo se enfrentó desde el primer momento a González y todo el mundo percibió que estaba cumpliendo con su papel de oposición sindical, por mucho que quien estuviera en el poder en ese momento fuera su propio partido.

Las cosas ahora han sido bien diferentes. La huelga del pasado 29 fracasó porque sólo se paró allí donde la presencia de las milicias sindicales fue decisiva. Pero los ciudadanos no pararon por convicción. Los comercios estaban abiertos, el metro funcionaba, las televisiones y radios emitían, y la vida transcurrió con bastante normalidad. Lo único anormal fue el empleo de la fuerza por parte de piquetes coactivos con la colaboración de un Gobierno que permitió el empleo de la fuerza sin detener a quienes así actuaban.

La huelga del 29-S fracasó porque los sindicatos fueron incapaces de transmitir a los ciudadanos la necesidad de secundarla. No porque no hubiera razones. Desde hace un par de años hay motivos más que sobrados: el paro crece sin freno, las decisiones que se adoptan son erradas, no hay soluciones a la vista para desempleados y empresas y, además, se han tomado drásticas medidas, jamás imaginadas en España, como el despido con 22 días de indemnización en determinados casos o la subida a 67 años de la edad de jubilación. Hay motivos para manifestarle al Gobierno el rechazo a sus políticas, pero los ciudadanos no estaban el pasado miércoles por secundar la huelga. ¿Por qué? Básicamente porque quienes la convocaban, CC OO y UGT, han sido en este tiempo aliados inseparables del Ejecutivo. Los sindicatos no han hecho el trabajo de oposición que la sociedad esperaba de ellos. No se han ganado el sueldo, y por esa razón su fracaso ha sido tan notable.

Una circunstancia de este tipo no debe pasar como si nada hubiera sucedido. Particularmente errada ha sido la estrategia de Cándido Méndez, asesor áulico de Zapatero, componedor de políticas erróneas, aliado natural de un Gabinete incapaz. Cuando se actúa de esa manera, muy distinta a la que recordamos en su predecesor Nicolás Redondo, a uno no le queda más salida, si tiene la integridad que se le supone a un dirigente sindical de su altura, que poner el cargo a disposición de los afiliados y presentar la dimisión. Aunque estemos seguros de que no lo hará.