Música

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La Luz que no cesa

La Razón
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Me he asomado muchas veces al balcón en esas noches sin tránsito, cuando hasta el polvo de la calle se convierte en cristal contemplativo y los gatos miran a las estrellas, escuchando la música que venía de la ventana de una vecina, fan de luz: «Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos». Otras veces era «Piensa en mí», y siempre coincidía con momentos de espíritu vulnerable donde se deslizaban con efecto balsámico. Más allá del dolor y la esperanza, con una voz que sabía tocar las teclas de las entrañas sensibles.

Larga ha sido la peripecia de la Casal, desde los inicios de corista con Miguel Ríos, su etapa de chica pop con canciones como «El ascensor», o la divertida «Rufino» que la llevaba a comer langostinos (con letra de Carmen Santonja), pasando por sus despliegues rockeros con temas como «Ciudad sin ley» o «No aguanto más», y su primer gran éxito «Y no me importa nada». Nadie dudaba de sus cualidades vocales, pero le faltaba el paso para lograr el tono de quebranto vibrante que alcanzase la honda emoción de los elegidos, igual que le costó despertar su difícil belleza. Fue cuando con «Piensa en mí» le puso la banda sonora a «Tacones lejanos» de Almodóvar cuando encontró por fin el tono y el estilo que la han convertido en algo muy grande.

Se maneja entre la fragilidad y la potencia, el desgarro visceral que no impide la dulzura, se sumerge en la noche de los sentimientos con una claridad cristalina. En el bolero y la canción clásica española ha encontrado por fin su territorio donde sobresalen todos sus recursos. En el dolor y la enfermedad ha encontrado fuerzas para interpretar con más intensidad las vueltas de la vida, y hasta se ha llegado a tomar con humor la vida tóxica de la quimioterapia. Hoy vuelve renovada a ofrecernos su versión profunda de la pasión, que acaba poniendo en su voz la banda sonora a nuestra existencia.