Ciclismo
La Vuelta sin duda
Nunca, ni en el quinquenio lírico de Indurain ni en los tiempos épicos de Bahamontes, Ocaña y Delgado, el ciclismo español voló tan alto como ahora. Domina la clasificación de la UCI y las carreras por etapas grandes o pequeñas con ciclistas de distinto rango; asoma en las clásicas, antes territorio hostil. El ciclismo español mejora la participación, el trazado y el espectáculo de cualquier carrera del mundo por su músculo, su talento y su competitividad. Y, sin embargo, disimula el compromiso con su Vuelta. Para los italianos, la carrera principal es el Giro, como para los franceses el Tour; para los españoles, también el Tour es lo primero. La Vuelta, como las demás pruebas del calendario internacional, soporta los azotes del dopaje, plaga sin países ni colores, y rema contracorriente en tiempos de crisis, cuando encontrar un patrocinador es más difícil que localizar a un buen ciclista. El Giro estaba condenado a ser una ronda doméstica, pese a sus esfuerzos por huir de las carreteras tradicionales, hasta que han aparecido los españoles.Los nombres de Arroyo, Sastre y Tondo han podido más que las confesiones de Landis. Si Armstrong se dopó o si compró a la UCI es ahora cuestión secundaria; la Vuelta, tradicionalmente, también ocupa un segundo plano. Ni Delgado ni Indurain consiguieron abstraerse al encanto del Tour y la situaron a la sombra del julio francés; desde entonces, necesita un impulso, y que sus figuras, Contador a la ca- beza, no duden y anuncien su participación cuando deciden el calendario. Los españoles agigantan Giro y Tour, pero les falta com- promiso con la Vuelta, subyugados por este complejo secular: lo de fuera es lo mejor.
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