Rusia

«Tío Vania» la pasión rusa de L'Om-Imprebís

Chéjov retrató ocho existencias ajadas y, de paso, una época que moría. Santiago Sánchez y su compañía vuelven a Madrid con su apuesta, divertida y personal

«Tío Vania» la pasión rusa de L'Om-Imprebís
«Tío Vania» la pasión rusa de L'Om-Imprebíslarazon

Las cuitas de los protagonistas de «Tío Vania» podrían resumirse en esta reflexión de Astrov: «En realidad, yo amo la vida. Pero esta vida nuestra, provinciana y vulgar, no puedo soportarla». Atrapados en un tiempo, el cambio de siglo –Chéjov estrenó en 1899–, y un lugar, una dacha campestre de una aristocracia rural a punto de extinguirse sin saberlo, sus criaturas conviven en un laberinto de amores insatisfechos, aspiraciones sin cumplir y melancolías ante la vida que se escapa. Pero cuidado: es un error entender a Chéjov desde la tristeza, cuando se puede lograr con sus obras más conocidas espectáculos profundamente divertidos. «Lo que les pasa a los personajes es terrible, pero a nuestros ojos es grotesco, y de ahí nace el humor». Quien así lo explica es Santiago Sánchez, responsable de la versión que llega esta semana al Círculo de Bellas Artes con el sello de la compañía que dirige, L'Om-Imprebís. Es un regreso a la capital –se vio hace meses durante algunos días en los Teatros del Canal–, donde estará todo un mes.
Este montaje, explica Sánchez, «quiere ser fiel al espíritu de Chéjov y a la vez comprometido con la realidad que estamos viviendo. La obra nos habla de ciertas contradicciones que hoy vemos en primera persona. La pregunta de qué estamos haciendo con nuestras vidas, a qué estamos dedicando nuestras energías, está ahí». Todo explicado «con la maestría de Chéjov».

Un cambio de ciclo
El director hace hincapié en el reparto que ha reunido, variado y repleto de rostros que no pasarán inadvertidos para el aficionado. Está la veterana Paca Ojea, como Marina; Rosana Pastor que da vida a Helena Andreievna; y Vicente Cuesta, a quien Sánchez recupera –trabajaron juntos hace doce años en «Galileo»– para el emblemático profesor Serebriakov, protagonista en la sombra, pese a que la obra lleve el nombre de Vania, a quien da vida Sandro Cordero. Aunque se suele aceptar y establecer que el peso de la historia, al menos como personajes dramáticos, recae en Vania y Astrov, lo cierto es que, en realidad, es difícil y arriesgado hablar de protagonismos, pues en Chéjov se crean, más que retratos, estanques con vida plural, pequeños ecosistemas de criaturas que interactúan y cuyo peso es clave, por leve que sea. «Hay un espíritu de compañía que se refleja en el montaje, que desde la sencillez llegará a la reflexión de cada uno de los espectadores», cuenta el director valenciano. Junto a los mencionados, en escena veremos a Carles Montoliu, como el citado Astrov; Xus Romero, como Sonia, el patito feo del hogar; Carles Castillo, como Teleguin; y Carmen Arévalo como María Vassilevna.

La obra transcurre en la Rusia chejoviana, «en su contexto». Sánchez ha optado por no darse a adaptaciones, pero aclara que «ese contexto nos resulta muy cercano, porque hay un cambio de ciclo; están acabando unas formas de vida y comenzando otras, con lo cual me parece que la metáfora es bastante potente, no necesita de mayor ilustración».

Escenografía sencilla
En la línea que ha mantenido la compañía en su trayectoria, la puesta en escena de este Chéjov será limpia, casi diáfana: «He preferido que se haga algo lejos de cualquier intelectualismo físico, algo comprometido con las palabras de Chéjov, su inconsciente y el trabajo de los actores. Es algo muy simple, tengo la suerte de volver a contar con Dino Ibáñez, que hace una escenografía que, desde la sencillez, aúna la calidad de producción, y un vestuario, de Elena Sánchez Canales, donde se nota que hay una inversión». Y resume todo lo anterior: «Con nuestros medios, hay una producción muy cuidada que no tapa lo esencial: Chéjov y el trabajo actoral».

Aunque no habla ruso, Santiago Sánchez, que firma la versión, se ha dejado los codos con ocho traducciones diferentes, en español y francés. «Las de André Markowicz y Françoise Morvan, actores además que han hecho todo Chéjov, me parecen buenísimas. También conocía una antigua de Arthur Adamov, fantástica, como las de referencia de aquí, las de Trapiello y Llovet. Pero quería hacer algo que pensara en ponerlo en boca de los actores, que fuera fácil de decir, por eso la he hecho yo».

 

Una compañía de repertorio
L'Om-Imprebís, que lleva ya tres décadas en esto de patearse carreteras y escenarios, ha apostado en este tiempo por un teatro de calidad: Cervantes («Quijote»), Brecht («Galileo»), Camus («Calígula»), Koltés («En la soledad de los campos de algodón») y este Chéjov componen un quinteto de autores con el que Sánchez saca pecho. Su aspiración es poder establecer un circuito regular de exhibición, y entre sus proyectos está abrir una sala en Madrid. El panorama es complejo, él lo sabe, por eso está estudiando una «joint venture» con otra emblemática compañía, Uroc Teatro –Juan Margallo y Petra Martínez–, para acompañarles en esa apuesta. «Estamos estudiando la posibilidad de una programación lineal, con otra en alternancia», explica Sánchez sobre este «proyecto ilusionante».