Buenos Aires
Matilde Asensi: «Spielberg no me ha hecho ni caso»
La Trilogía de Martín Ojo de Plata llega a su fin con «La conjura de Cortés» (Planeta), en la que la autora nos ha deleitado con un recorrido por el Siglo de Oro español a través de tres novelas plagadas de intrigas, aventuras, amor y conspiraciones. Con la escritora que llega al corazón de más de veinte millones de lectores y con más sentido el humor que haya conocido, compartimos charla y mantel.
–Stevenson, Defoe, Salgari... ¿Se ha propuesto seguir la estela de todos ellos?
–¡Qué más quisiera! No me considero a su altura. Sólo sé lo que me gusta y cuando disfruto encontrando historias, con el instinto que me queda de mi época de periodista, parece que coincido con los lectores.
–¿Sigue escribiendo con la pared llena de post-it, mapas y documentación?
–(risas) ¡No es bueno que los periodistas me conozcáis tanto!
–No ha hecho una novela y secuelas, sino que tenía claro que eran tres entregas, y sabía como empezaba y cómo acababa...
–Cuando anuncié la trilogía, en la editorial nadie lo veía: «Que no funcionaban», «que siempre iban para abajo», «que el tercero se hundía». Pero yo dije: mi trilogía va para arriba. No decaerá, sino que irá en ascenso... ¡Y para cabezona, yo!
–Es deliberado que le haya salido tan feminista Catalina... ¡Porque piensa como una mujer del siglo XXI, no como una fémina cándida del Siglo de Oro!
–Las mujeres como ella, que tomaron la decisión en el Siglo de Oro, de travestirse de hombres –y fueron bastantes– para escapar de una vida asignada a casarse con alguien a quien no amaban, morir de parto o terminar en un convento... ¡Normales no tenían que ser! Eran unas adelantadas.
–Luego no era su intención darle una pátina feminista.
–Cuando descubrí que Cortés había matado a su primera mujer por alguien de más linaje y que el muy querido virrey de la Nueva España maltrataba a su esposa, e incluso su suegra escribió al rey Felipe III porque las mataba a palizas, me sublevó. En los informativos estoy harta de verlo. ¿Cuántos siglos van así?
–¿Cuántas mujeres han sido silenciadas en la Reconquista y qué importancia tuvieron?
–Fueron acalladas, sometidas y silenciadas. Y si alguna existió, la Historia se negó a reseñarla. Hernán Cortés, por ejemplo, jamás mencionó en sus cartas a los Reyes a la india que le ayudó en sus traducciones de la lengua maya a la nagual con Moctezuma. Y eso que tuvo un hijo con ella. La historia como la conocemos, no la han hecho las mujeres.
–Cortés era un pájaro de cuidado...
–Y no sabes cómo! (risas). Si a este señor me lo presentan hoy, ni le estrecharía la mano. Es alguien para borrar de la Historia: ambicioso, sin conciencia, utilizaba a las mujeres, tuvo doscientos mil hijos repartidos por el mundo y una avaricia fuera de lo normal.
–Tenemos una idea distorsionada de lo que fue la Conquista, quizá por culpabilidad.
–Nos hemos creído nuestra propia leyenda negra. No es que no sea cierta del todo pero quiero disociar Corona, Iglesia y pueblo: los millones de españoles que vivían de su trabajo y pagaban unos impuestos brutales para mantener los gastos de la Corona. Todo está alterado, falseado –por nosotros y por los latinoamericanos–. Para ellos, fuimos los asesinos de millones de indígenas, cuando no es así. Hubo abusos, pero según las crónicas, morían de epidemias. No éramos los nazis, aunque hubiera psicópatas. No matamos 12 millones de indígenas del imperio azteca. ¿Por qué un encomendero iba a matar a su mano de obra?
–Ni nos pudimos llevar tanto como se dice.
–No había tecnología suficiente. Fue un robo, desde luego, pero el pueblo no disfrutó de aquello porque hubo cuatro quiebras económicas, que era mucho para la época...
–Como ahora... ¡Se pagó con préstamos alemanes, endeudándonos!
–(risas) ¡Se repite todo! ¡Siempre es igual! En cuatro siglos, hemos sido el país más endeudado del mundo, por culpa de nuestros malos gobernantes.
–¿Es genético?
–¡Por qué resignarme a creer que fuimos violadores, asesinos y ladrones! Al pueblo sólo le subían los impuestos, como ahora. Ningún español debe sentirse culpable.
–Bueno, bueno: escribe porque el Camino de Santiago cambió tu vida.
–En el camino decidí que dejaba el periodismo. Estaba quemada con la profesión, había llevado muchos escándalos a cuestas que no salían y te tragabas y pensaba que no quería seguir toda mi vida así. El Camino es lo mejor para reflexionar y me dije: «Soy idiota: estoy perdiendo mi vida. No quiero seguir en esta profesión».
–A Albert Espinosa le ha comprado sus derechos Spielberg...
–¡Y yo toda la vida esperando a Steven y no me ha hecho ni caso! (risas)
–¿«Terminará todo este sufrimiento, alguna vez», como diría Catalina?
–Si pudiéramos quitar a los políticos, sin color –que desde que fui periodista, no me creo nada de nadie–... Si sustituyéramos a unos cuantos de esos 400.000, sin destrozar al país ni a la gente, quizá saldríamos. Pero la partitocracia sigue funcionando. En los últimos 400 años, ha sido nuestro problema... ¡Haría lo que fuera porque la gente recuperara su casa, su dinero, su trabajo!
–De momento nos alegra la vida, que es la misión de un buen novelista...
–Mi papel en esa crisis es hacer feliz a la gente. ¡Ojalá pudiera hacer más!
«¿Vacaciones? ¡Si estoy de promoción! Me voy a América y no faltará en mi maleta los jerséis de lana y el abrigo... Y por supuesto mi Ipad y mi Iphone. Soy de la secta Mac, aunque no tanto del libro electrónico, porque necesito tocar papel. Es más, estoy pensando en llevárme una maleta vacía para traérmela llena. Y en Buenos Aires, si no puedo hacer la ‘‘ruta de Borges'', ¡me volveré peligrosa!»
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