Presentación
El control y el caos
Borelli, mandamás de «Il Corriere della Sera», llegó a despedir a Indro Montanelli tres veces en un día: una por la mañana, otra por la tarde y la última por la noche. El director gritaba por los pasillos de la redacción: «¿Dónde está esa prostituta de lujo?», que hoy es lo más elogioso que se despacha de un controlador. Pero lo de Borelli, más que un insulto, era la forma de certificar que la dirección claudicaba ante un individuo tan egoísta como «único». «¡Lo mataría si mi supervivencia no dependiera de él!». El teatral golpe de autoridad y alarma de Rubalcaba pretendía mejorar la fe en Zapatero. Decimos fe y no confianza porque el presidente está desaparecido o en proceso de beatificación. El Gobierno podrá echar más de tres veces a los 2.400 controladores. Paradójicamente, para salir del estado de alarma, son imprescindibles porque Blanco no ha previsto quiénes los van a sustituir. El presidente Rubalcaba y el ufano ministro de Deportes dejaron atrás el daño económico y la «imagen-país», estando dispuestos a pagar cualquier precio, incluso el del caos, si con ello parcheaban por unas horas su desvaída capacidad. Sabíamos que los controladores son monstruos que arruinan las vacaciones; ahora también que el Ejecutivo es como el tal Borelli: los usa pero sigue sometido a ellos. El Puente de la Constitución se presentó de repente y el sábado por la tarde, en la Cuatro, ya daban «Aterriza como puedas». Fatalidad, casualidad,…
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