Historia

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Se busca presidente

La Razón
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Los españoles, incluso los que descartan la salvación eterna, han comenzado a creer que el infierno existe: no habrá para el botellín. El infierno quizá sea sólo no tener una escapatoria cotidiana, un plato de lentejas, una aspirina, el periódico del día, una amante revoltosa al alcance de la mano, un amigo que se echa el teléfono fijo en la maleta para evitar la falta de cobertura. Ni los lagartos disfrutan del sol con el estómago vacío, aunque apostamos que siempre nos quedará para un bollo. Y ahora cabe preguntarse si en nuestras dos décadas de neón, encocadas de ladrillo, cuando ascendimos a los albañiles a catedráticos y los filósofos se encerraron en el zoo de la universidad, fuimos, en general, más felices o sólo vivimos un fase de euforia. El Estado es un casino y luego está la suerte de cada uno: ni Zapatero endulzó los noviazgos, ni Rajoy evitará que una maceta se caiga de un balcón y selle un destino. Ellos vienen, una ola favorable del tiempo los encumbra hasta el poder, organizan como pueden el chiringuito y luego un rayo los fulmina. Ha dicho Cospedal que para que Rajoy tenga más carisma sólo tiene que ser presidente. Una ruina: es el cargo el que hace al hombre y no el hombre el que alcanza la presidencia. Por pedir un imposible, del presidente gustaría, como Faulkner con Kennedy, poder rechazar su invitación a cenar en Moncloa y, sin embargo, tener la confianza para ofrecerle una sopa en casa, una noche cualquiera.