Londres

Abdicar o morir en la cama

¿Tiene sentido que los soberanos europeos aguanten en el trono hasta la muerte? Una renuncia a tiempo beneficia a las monarquías y, sobre todo, a los ciudadanos

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La boda de Catherine Elizabeth Middleton con Guillermo de Gales, primogénito del heredero inglés, ha puesto en boca de todo el mundo el hecho de que el príncipe Carlos sigue sin acceder al trono a sus 62 años mientras que su madre, que el pasado 21 de abril cumplió 85, sigue ejerciendo la jefatura del Estado y no parece dar señales de renunciar a ella. Hace apenas unos meses, la reina Beatriz de los Países Bajos anunció su intención de abdicar para que su hijo Guillermo, ya con 44 años, accediera al trono. Cuentan que cuando la noticia llegó a oídos de Isabel II comentó algo parecido a que esas locuras solo se les ocurrían a los holandeses. Sea o no cierta la anécdota, resulta hoy un hecho cierto que los soberanos europeos no sólo no están dispuestos a dejar el trono en vida sino que incluso soportan enfermedades graves, como Harald de Noruega, o escándalos de hijas ilegítimas, como Alberto de Bélgica, antes que renunciar a la jefatura del Estado. ¿Tiene sentido?

Hace un tiempo, nadie hubiera dudado de que los reyes debían morir o en el campo de batalla o en su cama. Tenía mucho que ver en todo ello las intrigas palaciegas y las guerras dinásticas que tanto daño han hecho siempre a la institución. Pero las cosas han cambiado y hoy, cada vez más, el cargo obliga a los soberanos a desplegar una actividad que difícilmente puede llevar a cabo una anciana como Isabel II de Inglaterra. Se me dirá, no sin razón, que ha prestigiado a la monarquía inglesa y lo sigue haciendo; que cumple muy dignamente con su papel, e incluso que, gracias a ella, han podido remontar los «annus horribilis» que asolaron a la corte de Saint James por la incompetencia y frivolidad de sus hijos y familiares. Y puedo estar de acuerdo. Pero no es tanto lo que ha hecho como lo que ha dejado de hacer.

El ex primer ministro inglés Tony Blair cuenta en sus memorias cómo la soberana británica chocó con él en algunos temas como la prohibición de la caza con perros, la regionalización escocesa y galesa, la autorización de las uniones homosexuales, o los preparativos de los funerales de la Reina Madre en 2002. Pero sobre todo recuerda cómo sus relaciones se pusieron a prueba tras la trágica muerte de Diana de Gales en 1997. «La presión sobre la Reina iba en aumento. El miércoles salí a hacer una declaración ante la puerta de Downing Street, dándole mi firme apoyo (…) Sin embargo, el hecho de que yo hiciera una declaración únicamente sirvió para destacar el hecho de que la Reina no la hacía. (…) El miércoles por la tarde decidí llamar al príncipe Carlos. Una parte de mi problema con la Reina era que no había un punto de contacto fácil, ni por edad, ni por puntos de vista, ni por familiaridad. (…) Yo comprendía totalmente su forma de ver todo aquello, y entendía sus sentimientos, pero no hacía falta ser un genio de la política para darse cuenta de que aquello era una marea que había que canalizar. No era posible revertirla, ni resistirse a ella, ni ignorarla. No tenía suficiente confianza como para acudir directamente a ella y ser tan explícito como era preciso.

Así que acudí a Carlos, que era claramente de la misma opinión. La Reina tenía que hablar; la familia real tenía que ser visible. Por muy difícil que fuera para él en lo personal, por razones obvias, él y los chicos no podían esconderse. Tenían que venir a Londres a responder a la efusión del público. Me sentí enormemente aliviado. Convino en transmitir el mensaje y al día siguiente la Reina ya estaba muy centrada, y totalmente convencida. (…) Hablé –continua Blair– tal vez con menos delicadeza de lo debido, de la necesidad de aprender lecciones. Más tarde me preocupaba que ella pensara que la estaba sermoneando, o que yo estaba siendo presuntuoso, y en algunos momentos durante la conversación ella adoptó una actitud algo distante; pero al final ella misma dijo que había que aprender las lecciones y pude ver su sabiduría en acción, reflexionando, considerando y adaptando».

Si he querido detenerme en las memorias de Tony Blair, no es solo por la calidad del interlocutor, sino por las dificultades que a veces entraña convencer a una persona, digamos de otra generación, de unas decisiones que, por otro lado, no hacían más que beneficiar a la monarquía y también a la propia Isabel II. El hecho de que fuera Carlos, el príncipe heredero, el que primero asumiera las propuestas del ex Primer Ministro, no hace más que reforzar una sintonía que a veces solo la edad permite.

Y es que los ciudadanos pueden aceptar una forma de gobierno tan arcaica como la monarquía, pero lo que les resulta más difícil de asumir son la justificación de errores amparados en una tradición que a todas luces resulta trasnochada. Y eso vale también para la cuestión que nos ocupa sobre la sucesión. Si aceptamos que gran parte del sentido –quizá el único– que esta forma de gobierno aporta hoy alude al servicio a su país y a los ciudadanos, resulta difícil comprender que ese servicio debe llevarlo a cabo una persona que en ocasiones casi ya no puede ni caminar. Y resulta más clamoroso todo ello cuando comprobamos que todos los soberanos europeos en ejercicio –salvo Mónaco– poseen herederos «sobradamente preparados» para suceder a su padre o madre en el trono.

Ya no se trata de abdicar o morir. Hay normas en la tradición y en las leyes internas de las Familias Reales, siempre en consonancia con las constituciones y normas democráticas, que establecen como se puede producir la sustitución en la Jefatura del Estado sin pasar necesariamente por el fallecimiento del soberano. ¿Quién será el primer soberano que lo hará? Acertará el que comprenda, que dar paso al heredero va a beneficiar no solo a la institución sino también, y eso es mucho más importante, al presente y futuro de su país y de su pueblo.

* Es autor de «La boda de Juan Carlos y Sofía. Claves y secretos de un enlace histórico»

 

Sobradamente preparados
- Alois de Liechtenstein, 42 años, heredero y regente de Liechtenstein desde el 15 de agosto de 2004. Primogénito de Juan Adán II y de Marie Aglaë Kinsky de Wchinitz y Tettau, estudió en la Academia Militar de Sandhurst, en el Reino Unido y se graduó en jurisprudencia en Salzburgo. Casado con Sofía de Baviera, tienen cuatro hijos: Joseph Wenzel, Marie Caroline, Georg Antonius, y Nikolaus Sebastian.

- Felipe de Borbón y Grecia, de 43 años, es hijo de Juan Carlos I de España y de Sofía de Grecia y heredero del trono español desde su jura como Príncipe de Asturias el 21 de enero de 1977. Recibió instrucción militar en la Academia General Militar de Zaragoza, la Escuela Naval Militar de Marín y en la Academia General del Aire de San Javier. Es teniente coronel del Cuerpo General de las Armas del Ejército de Tierra de Infantería, capitán de fragata del Cuerpo General de la Armada y teniente coronel del Cuerpo General del Ejército del Aire. Es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales de la Universidad de Georgetown. Casado con la periodista Letizia Ortiz Rocasolano, son padres de dos niñas, las infantas Leonor y Sofía.

- Carlos Windsor, príncipe de Gales, de 62 años, es el hijo mayor de Isabel II del Reino Unido y de Felipe de Grecia. Como heredero al trono del Reino Unido ostenta el título de duque de Cornualles y, desde 1958, es príncipe de Gales. En 1981 se casó con Diana Spencer con la que tuvo dos hijos: William y Harry. Tras el fallecimiento de Diana, en 1997, se casó con Camilla Parker-Bowles.
 
- Federico, Príncipe Heredero de Dinamarca, 42 años, es el primogénito de Margarita II de Dinamarca y de Henri de Laborde. Estudió en la High School Gymnasium Øregaard, y en la Universidad de Aarhus. Casado con la australiana Mary Elizabeth Donaldson, tiene cuatro hijos: Cristián, Isabel, y los gemelos Vicente y Josefina.

- Felipe, duque de Brabante, 51 años e hijo mayor de Alberto II de Bélgica y de la reina consorte Paola Ruffo di Calabria. Educado en la Escuela Real Militar de Bélgica, en el Trinity College y en Oxford, Inglaterra. Casado con Matilde (hija de los condes Patrick y Ana d'Udekem d'Acoz) con la que tiene cuatro hijos: Elisabeth, Gabriel, Emmanuel y Eléonore.

- Guillermo Alejandro de Orange-Nassau, 44 años, es el hijo mayor de la reina Beatriz de los Países Bajos y de su difunto marido, el Príncipe Claus von Amsberg. Tiene una licenciatura en Historia en Leiden. Casado con la argentina Máxima Zorreguieta Cerruti, tiene tres hijas: Catalina Amalia, Alexia y Ariana.

- Guillermo de Luxemburgo, Príncipe de Nassau y Borbón-Parma, hijo del Gran Duque Enrique I de Luxemburgo y de la cubana María Teresa Mestre Falla; es el mayor de cinco hermanos. De 29 años, es el heredero europeo más joven. Soltero. Estudió en Suiza y en la Real Academia de Sandhurst.

- Haakon Magnus de Noruega, 37 años. Segundo hijo de Harald V y de la reina Sonia. Es príncipe heredero porque al nacer estaba vigente la Ley Sálica que sería suprimida en 1990, pero el único cambio fue que su hermana mayor Marta Luisa pasó a tener derecho a heredar el trono, aunque siempre tras Haakon Magnus y sus hijos. Casado con Mette Marit Tjessem Høiby, madre soltera, el matrimonio tuvo dos niños: Ingrid Alexandra y Sverre Magnus.

- Victoria de Suecia, de 33 años, es la hija primogénita de Carlos XVI Gustavo y Silvia de Suecia. Al nacer en 1977, la Ley Sálica impedía que sucediera a su padre Carlos XVI Gustavo, pero la reforma de la Constitución, en 1980, cuando ya había nacido el Príncipe Carlos Felipe, proclamado heredero al nacer, convirtió a Victoria en Princesa Heredera. Contrajo matrimonio con Daniel Westling el año pasado sin descendencia por ahora.