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Más que una manzana
Los archivos de Isaac Newton, para muchos el científico más importante, serán digitalizados por la Universidad de Cambridge

Para millones de personas en todo el mundo, la figura de Isaac Newton aparece vinculada a la imagen de una manzana que, cayéndole sobre la cabeza, le habría abierto el camino hacia el descubrimiento de la Ley de la Gravedad. La anécdota está bien –aunque casi con seguridad resulte apócrifa–, pero dista mucho de darnos una imagen real del sabio.
Newton nació en 1642, un año en que Inglaterra se encontraba desgarrada por una guerra civil en la que estaban enfrentados los ejércitos del rey Carlos I con los del parlamento compuesto mayoritariamente por puritanos. Descendiente de una familia profundamente creyente, en 1661, un joven Newton entró en la Universidad de Cambridge donde se graduó cuatro años después.
En 1669, pasó a ocupar la cátedra de Matemáticas, una función de investigación y docencia en la que se mantuvo hasta 1701. Fue durante esa época cuando, por ejemplo, publicó los «Principia Mathematica» (julio de 1687) donde sentaba las bases de la ciencia moderna plasmada en leyes –ahora sí– como la de gravitación universal. Como matemático, Newton coincidió con Leibniz en el descubrimiento del cálculo integral y formuló el famoso Teorema del Binomio.
Textos teológicos
Sin embargo, de manera bien peculiar, sus primeras investigaciones giraron en torno a la óptica cuando decidió explicar la composición de la luz blanca como mezcla de los colores del arco iris. La formulación de una teoría sobre la naturaleza corpuscular de la luz lo llevó en 1668 a diseñar el primer telescopio de reflector, precursor de los actualmente se utilizan en la mayoría de los observatorios astronómicos.
Autor de notables aportaciones en áreas como la Termodinámica y la Acústica, también se le puede considerar un verdadero refundador de la mecánica. Sin embargo, Newton no fue simplemente matemático o astrónomo. Por ejemplo, durante varios años desempeñó funciones semejantes a la de un ministro de economía.
De manera bien reveladora, aplicando principios que ahora serían motejados despectivamente por algunos como «neo-liberales» garantizó la estabilidad de la moneda y con ella de la economía inglesa. Newton había llegado a la conclusión acertada de que, a fin de cuentas, la econo
mía obedecía a leyes y no al capricho de lo que pudieran desear los políticos. Sin embargo, quizá lo que más puede llamar la atención en un contemporáneo en relación con la inmensa herencia escrita de Newton son sus escritos teológicos.
Convencido protestante, Newton redactó comentarios a libros de tan difícil interpretación como Daniel o Apocalipsis. Como sabe cualquier estudioso de la Biblia, ambos textos son los más espinosos ya que su redacción obedece al género apocalíptico y rezuman imágenes de interpretación generalmente muy difícil.
Para el lector de estas obras de Newton resulta sorprendente la manera en que el autor puede citar de memoria a los más diversos autores en latín o griego y cómo logra ir desgranando los textos sagrados en paralelo a acontecimientos históricos que conocía muy bien, pero que hoy a la mayoría le resultarían desconocidos. En buena medida, incluso más que Leonardo, Newton fue la encarnación del genio, un genio que puede ser recordado especialmente como científico, pero que habría podido pasar a la historia por cualquiera de sus aportes en otras disciplinas del saber.
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