Autóctono de Salamanca por Andrés Sánchez Magro

E ntre tanto vino sin rostro ni memoria, destaca el vino cámbrico 575. Un ejemplar diferente que se elabora en tierras helmánticas. A partir de las variedades tempranillo, rufete y calabrés, en las tierras graníticas de la Sierra de Francia (Salamanca) se factura un vino que sabe jugar con la barrica para moldear este vino tan especial. La uva rufete, de muy poca producción, típica de esta zona, y que está sufriendo un proceso de reivindicación por algunos pioneros, se califica por su mineralidad y frescura. En la peculiar mezcla de este 575, los bodegueros se sirven de la suave crianza, pues los quince meses de barrica francesa apenas se perciben en la nariz, para conseguir un vino armónico, redondo y de potente final. Estamos ante una producción limitada de no más de 5.000 botellas, ideal para los bebedores inquietos, ya que en una cata se presenta un poco cerrado, pero su aireación pone en escena un ejemplar exclusivo de la casa. Cromáticamente se exhibe con un rojo intenso de capa alta, con una lágrima densa debido a su alta graduación. Aromáticamente, dominan los tostados, las avellanas y un ligero recuerdo a coco. También aparecen las notas del suelo, la fruta roja confitada en el fondo y recuerdos a tinta china, propios de la edafología granítica. Lo mejor, la boca: vino con mucho volumen, muy graso, algo poco habitual en los vinos del entorno, no deja de sorprendernos en el marco de Castilla y León. Un vino de precio digno dada su edición limitada, de paso fino y amable, pone en el mapa de los buenos bebedores de vino una nueva estación de penitencia enológica.