Nueva York
Tesla el rival de Edison
Nikola Tesla pertenece a esa estirpe de perdedores que crean mitología. Esas criaturas dotadas con el talento de la genialidad, pero que, también, son víctimas de una infraestructura de contradicciones personales que le convierten en incomprendidos, visionarios a la manera de aquellos arquitectos de la Ilustración, como Boullée, Ledoux y Lequeau.
Nos llega del pasado a retazos, a través de un material misceláneo de cómics, novelas (lo evocan, entre otros, Auster, Pynchon, Echenoz), películas y otros ecos pop más recientes que muestran el carácter superviviente de su controvertida y extraña personalidad. Un nombre que se sobrepuso la rivalidad ensombrecedora de Edison, que era un pragmático, uno de esos chicos que siempre caminan con los pies en el suelo y que parece que jamás han desobedecido un consejo paterno.
Un soñador
Y Tesla lo hace con ese halo aventurero que rodea a un Stevenson, a un London, a los emprendedores que no se conforman con inventar la bombilla y sueñan con transformar el planeta. Miguel Ángel Delgado, escritor, periodista, crítico cinematográfico, autor de curiosidades diversas y complejas, prologa «Mis inventos», la autobiografía de Nikola Tesla (Smiljan, 1856- Nueva York, 1943), que publica Turner. Un texto que es un estudio. Un libro aparte, de carácter individual y lectura adictiva, de esos que te tienen el inconveniente de arrastrarte sin querer hasta lo más alto de la madrugada.
Por sus páginas desfilan todas las realidades y excentricidades de este científico olvidado por los manuales científicos y que, sin embargo, fue el primero en crear un sistema adecuado para aprovechar la corriente alterna. Tesla pensó una sociedad basada en la electricidad. Iluminado por ella. Renegó de las posibilidades de lo atómico, abogó por la ecología, defendió la necesidad de encontrar una energía limpia, no contaminante. ¿Algo más moderno? «Si el mundo es como es, es por Tesla. Desde que nos hemos levantado hemos hecho algo que sin él hubiera sido imposible», recuerda Miguel Ángel Delgado en la presentación, en la que estuvo respaldado por José Manuel Sánchez Ron.
«Dijo que cuando creces y te metes a hacer negocios te gustaría parecerte más a Edison», comenta en broma Miguel Ángel Delgado. Estos dos creadores mantuvieron una dura pugna. Pero si Edison dejó discípulos y una empresa que aprovechara sus anticipaciones; Tesla rechazó a todos los que desearon trabajar con él, acompañarle en el viaje de sus descubrimientos y tampoco dejó una compañía que mantuviera vivo su apellido para la posteridad.
Tesla, el «perdedor de la guerra de las corrientes», como se denomina la disputa que tuvo con sus contemporáneos, fue uno de los grandes científicos de la electricidad. Participaba en la alta sociedad, pero jamás estrecha en los saludos la mano –tenía pavor a los gérmenes, aunque después tenía palomas en su casa–. Era atractivo, pero murió célibe. Fue uno de los padres de la tecnología moderna, pero hay un busto dedicado a él. «Si alguien cree que un científico es aburrido, sólo tiene que acercarse a Tesla», afirma Delgado.
Un científico de cine
Lo decía Delgado: «Parece que ha salido de la mente de un guionista o de un escritor». Y así es. Tesla, que murió solo y cuya habitación fue registrada por el FBI cuando murió, incautando los papeles que encontró, espera una adaptación. Se rumorea un proyecto. Y el nombre de un actor: Christian Bale. Pero ya ha aparecido antes. En «El truco final» aparece él, entre bobinas y esferas eléctricas, interpretado por David Bowie, que es Tesla (imagen de arriba. Abajo un dibujo de la época).
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