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La novela que abolió la esclavitud
«¿Es usted la mujercita que ha provocado esta guerra?», le preguntó Lincoln a Harriet Beecher, autora de «La cabaña del tío Tom».
L a cabaña del tío Tom» fue el libro de más éxito del siglo XIX con la única excepción de la Biblia. Su autora, Harriet Beecher Stowe, había nacido el 14 de junio de 1811 en Litchfield, Connecticut, en el seno de la familia de un pastor llamado Lyman Beecher que unía en su persona el ardor evangelizador con la actividad social. Beecher tuvo once hijos que compartieron su fe evangélica y su compromiso social destacando especialmente las mujeres. Catharine fundó escuelas para mujeres mientras que Isabella defendió el sufragio femenino. Harriet fue madre de siete hijos y nunca dejó de ser un ama de casa convencida de que las tareas más elevadas de una mujer eran las de piadosa esposa y madre.
Cuando en 1850 se aprobó la Ley del esclavo fugitivo, Harriet Beecher Stowe decidió denunciar los males de la esclavitud. Así, entregó al Dr. Bailey, el director del «National Era», un medio antiesclavista, los primeros capítulos de «La cabaña del tío Tom». Bailey ofreció pagar a Harriet trescientos dólares a cambio de una cuarentena de entregas. El argumento era relativamente sencillo. Un anciano negro llamado Tom era vendido por su amo de Kentucky a Augustine St. Clair, un propietario de Nueva Orleans. Cuando St . Clair fallece, todos sus esclavos son vendidos para pagar a sus acreedores. Tom pasa entonces a ser propiedad de Simon Legree, un plantador de algodón que llega a matarlo a latigazos justo antes de que pueda ser recomprado por el hijo de su primer amo.
Cuando en 1851 concluyó la publicación de la novela, un editor de Boston llamado J. P. Jewett se ofreció a editarla en forma de libro. Así vio la luz en marzo de 1852. En 1857, ya había sobrepasado el medio millón de ejemplares. Pronto fue adaptada al teatro. Durante los años siguientes, se acusó a Harriet Beecher Stowe de no haber viajado nunca al sur, de desconocer de primera mano la situación de los esclavos e incluso de adolecer de una gazmoñería pietista. La verdad era que buena parte de las anécdotas recogidas en la novela tenían una base real. Durante el resto de la década de los cincuenta, Harriet Beecher Stowe dedicó su columna en «The Independent» de Nueva York para llamar a las mujeres a oponerse a la esclavitud mediante una lucha no violenta. En no escasa medida, los Stowe fueron considerados en su tiempo un paradigma de las grandes virtudes protestantes. A la fe sustentada en la lectura de la Biblia sumaban una extraordinaria laboriosidad, un ejemplar aprovechamiento del tiempo, una consideración elevadísima por la educación y una querencia arraigada por la vida de familia.
De hecho, es muy posible que todos estos factores contribuyeran al éxito de «La cabaña...». La crítica posterior se mostraría en ocasiones muy dura con la obra. Se censuró su carácter acentuadamente cristiano, pero, paradójicamente, fueron los activistas negros de los años sesenta del siglo XX los que se volvieron con más aspereza contra el clásico. Así, lo políticamente correcto oscurecía el análisis histórico de una obra decisiva en la ayuda a los esclavos. La Historia tiene no pocas veces estas absurdas paradojas.
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