Teatro

España

De Berlanga

La Razón
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Lo conocí con Mingote. Gracias a Mingote, quiero decir. Le dimos un premio en Formentor, al Humor y la Tolerancia. Hablaba mirando al cielo. Tímido y rompedor. Le decían misógino, pero era un permanente amante de la belleza femenina. Era el cine español. Me explico. El fundador del gran cine español, el arte fallecido. Con Rafael Azcona, claro. Después de Luis, Garci y Almodóvar. El resto, muy poco, casi nada. Hizo grandes a muchos. La frivolidad, la minucia, la pequeñez, en su cine se convertía en fundamento.Todo consecuencia de su genial interpretación de lo cotidiano. Esa perspectiva de lo que se escapa a otros la ha heredado su hijo Jorge. Y también Carlos, que se marchó. Era raro eligiendo restaurantes. Me convidó con pocos días de diferencia, a cenar dos veces en «Archy». Con María Jesús, los Mingote, los Campmany y nosotros. Una noche, también José María Stampa, el formidable penalista, despistado por la muerte de Adela. Hablaba bien de Bardem. Quería a Bardem. No conseguí averiguar si le gustaba el cine de Bardem, porque Luis era un gran evasor de conceptos. Muy mediterráneo. Volaba con sus imágenes y paisajes, y de golpe, inesperadamente, celebraba una procacidad. Isbert, el genio. Me dijo que Pepe Isbert había sido el único actor que no necesitaba ser dirigido. Lo hacía todo mejor de lo que el director esperaba. Su «Verdugo» y «¡Bienvenido Mister Marshall!» lo atestiguan. Se inventó a Luis Escobar. El marqués de las Marismas era un culto y apasionado director de Teatro. En el último tramo de su vida, Luis Escobar encontró su formidable dimensión de actor gracias a Luis Berlanga. Se morían de risa en los rodajes. «Plácido» y «Calabuch». Ésta última película no parece contar con la aprobación del gremio. A mí se me antoja grandiosa, y producida con dos pesetas. Se sintió más que molesto, irritado, con la deriva política de la gente del cine. «Esa pobre es tonta». Si supieran las pobres tontas lo que de ellas pensaba Berlanga, no interpretarían tanta tristeza por su muerte. Rafael Azcona en el altar. Entre Luis y Rafael nació el mejor cine que se ha hecho en España. El humor del detalle, siempre engañando a la censura franquista. De joven, divisionario azul en las nieves de Rusia. De mayor, el enamorado de la paz y de la comprensión. Todo ello con un talento desmesurado, derrochado. Era como una falla. Le temblaba la voz cuando cogía carrerilla parlante. María Jesús, siempre a su lado, admirando a su genio. En Formentor, paseando por la costa. «Fíjate, no hay nada más triste que ser roca». Muchos años, en torno a los diez, llevaba sin verlo. Antonio Mingote me ponía al día, porque Isabel y María Jesús, que son grandes habladoras, lo hacen con frecuencia. Me entristeció su expresión el día de su homenaje. En la silla de ruedas, más delgado, pálido, mirando sin mirar. Mucho ha tenido que trabajar y esforzarse el Alzheimer para vencer a tan poderoso talento, a un cerebro tan luminoso. En confianza, un conversador único, siempre brillante. Tímido en los primeros momentos. Timidez expresiva, que no distante.
No merece la memoria de Luis el regodeo del tópico, del lugar común. Y menos aún el incienso posterior a la muerte. Es decir, no merece la faena que yo mismo le estoy haciendo. Teníamos que haberle homenajeado todos los días, pero España y la envidia somos así, señora. No me gustan, como a Ruano y Campmany, los artículos dedicados a los muertos. Pero Berlanga tiene derechos sobre los demás. No todos los días se nos va un genio. Hay muy pocos. Que arda la falla.