Berlín

La verdad es garantía de la libertad por Jesús de las Heras

¡Juan Pablo II ya es beato! ¡Demos gracias a Dios! Ya estaba en los altares y, sobre todo en los corazones, de miles y millones de cristianos, católicos y personas de buena voluntad. Ahora ya lo está, ya lo es de manera oficial.

La Razón
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Ahora ya podemos abierta y públicamente encomendarnos a él y pedirle que nos sonría, nos bendiga y ruegue por nosotros desde la ventana del cielo. En ella seguía desde hace seis años. Pero ahora lo vemos más, lo sentimos mejor. Todos esperábamos con verdadero anhelo y pasión la homilía de su sucesor y tan estrecho colaborador y amigo leal, del actual Papa Benedicto XVI. Y sus palabras, en el corazón de una misa de multitudes, sentida, religiosa, solemne y emotiva, no defraudó.

«Él –el ya beato Juan Pablo II– nos ayudó a no tener miedo a la verdad, porque la verdad es garantía de libertad», afirmó Benedicto XVI, cuyo lema episcopal y pontificio reza «Cooperador de la Verdad». El beato Juan Pablo II sirvió a la verdad desde su encuentro transformador y transformante con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Y así fue para poder transmitir a la humanidad que la verdad existe, que la verdad nos salva.

Pocas personas han contribuido de manera tan decisiva a la libertad como él. Hijo de un pueblo –la gran nación polaca– pisoteado durante décadas por los monstruos opresores y destructivos del nazismo y del comunismo, la historia le reserva un puesto de honor en la recuperación de la libertad en su sometida patria y en todo el entonces llamado telón de acero. Sin él, sin el ya beato Juan Pablo II, no habría caído ni tan pronto ni tan bien el muro de Berlín y lo que éste significaba.

La libertad desde la verdad fue también profecía del Papa polaco –amén de en otros muchos lugares de la tierra– en el Cono Sur, cuya visita apostólica en la segunda parte de la década de los ochenta favoreció el final pacífico de las dictaduras en Chile y en Argentina. El Papa de la verdad y de la libertad sembró también generosa y pacientemente la semilla de la libertad en Cuba, en su memorable viaje de enero de 1998. Y nadie duda de que los actuales tiernos y tibios brotes de libertad en la isla son deudores de su presencia y predicación de entonces.

Juan Pablo II–el Papa del hombre porque era el Papa de Dios– alertó y sigue alertando –ahora desde la ventana del cielo– ante esa otra perversión de la libertad que es la mentira del relativismo, del materialismo, del indiferentismo, del secularismo o del laicismo beligerantes.
Que ahora desde la balconada de la eternidad –significada simbólica y hermosamente en el balcón central de la basílica de San Pedro de Roma con su cuadro o tapiz de beato, todavía en plena y fecundad vitalidad– siga mirando a nuestra humanidad, con mirada cómplice, amiga y comprometida.

Y que siga diciéndonos: no tengáis miedo a la verdad, creed en Jesucristo, sentíos orgullosos de pertenecer a su Iglesia. Porque solo Él –Jesús– es el redentor del hombre. Solo Él es la verdad que garantiza vuestra libertad, vuestra prosperidad, vuestra dignidad, vuestros derechos, vuestro presente y vuestro futuro.