Tokio
Seis españoles sin localizar en Ibaraki
Las comunicaciones en la parte norte de la isla de Honshu (Japón) todavía no se habían restablecido 24 horas después de sufrir un terremoto de 8,9 en la escala Richter, el peor de los últimos 140 años desde que existen registros. Estos problemas dificultan sobremanera las tareas de localización emprendidas por nuestro servicio exterior.
De la colonia de casi 2.000 españoles, según datos de la embajada, ayer, al cierre de esta edición, todavía no se había podido contactar con seis residentes de la prefectura de Ibaraki. Esta provincia del norte queda al sur de Miyagi, epicentro del seísmo y cuya costa ha quedado arrasada por el tsunami, y debajo justo de Fukushima, donde se encuentra la central nuclear dañada. La situación geográfica de Ibaraki disminuiría, por tanto, el grado de peligro. El Ministerio de Exteriores puntualizó a LA RAZÓN que el hecho de que no hayan sido contactados no implica que estén desaparecidos. «Pueden estar de viaje o sencillamente haberse marchado del país sin darse de baja en el registro», comentaron fuentes diplomáticas. Ayer mismo, Exteriores confirmó que la familia de españoles (padre, madre e hijo) inscrita en la prefectura de Miyagi, que no había podido ser localizada a lo largo del viernes, estaba fuera de Japón. Al parecer han cambiado recientemente su país de residencia sin notificarlo. Mientras tanto la inmensa mayoría de los españoles que viven en la isla trataron ayer de recuperar su rutina. Juan Céspedes reside en Nagoya, capital de la provincia de Aichi, a 400 kilómetros al sur de Tokio. En esta ciudad, la cuarta más importante, el paso del terremoto apenas ha dejado huellas. «Nagoya ha amanecido como cualquier otro día. Ayer (por el viernes) no dejamos de trabajar después del temblor, la oficina cerró a su hora habitual a las seis de la tarde», explica en una conversación telefónica con este periódico. «A los japoneses se los educa desde pequeños a reaccionar ante un terremoto y han interiorizado el estado de alerta», añade. Céspedes, que trabaja para una empresa óptica, jugó el partido de béisbol de los sábados y después se fue a comer con sus compañeros. «No se habla de otra cosa, pero con mucha naturalidad», dice. El baile del «skyline» de Nagoya que contempló desde la ventana de su oficina, en el piso siete, la guarda para su recuerdo.
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