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Sin ningún tiempo que perder por Luis Suárez

Sin ningún tiempo que perder por Luis Suárez
Sin ningún tiempo que perder por Luis Suárezlarazon

Muchas veces, en los medios de comunicación tanto españoles como extranjeros, se repite la idea, acertada, de que la transición política española constituye un modelo ejemplar. Sin hombres de la talla de Manuel Fraga Iribarne, y de otros muchos dentro de aquella misma generación, esto no hubiera sido posible. Ni tampoco en ausencia de la monarquía, en la que todos, sin la menor duda, confiaban. Fraga tenía fama de ser número uno en todas aquellas oposiciones a las que concurría. Esta era una muestra de su preparación intelectual y también de su capacidad de trabajo. A veces despertaba la inquietud entre sus colaboradores por la premura con que procedía. Recuerdo una vez en que salimos a su encuentro desde Valladolid, preparándonos a esperarle en Medina del Campo. Ciertamente un error; cuando llegamos llevaba el algún tiempo paseando por la plaza. Se había adelantado a todos.

He ahí una de sus primeras cualidades, que marcan su vida, señalada por tres tiempos. Otra de sus virtudes era la preparación. Catedrático y vinculado estrechamente a la Universidad –vivía en la residencia de profesores–, sus discursos eran siempre sólidos. No incidía en los brillos atractivos de la oratoria. Cuando intervenía en las Cortes era necesario tomar buena nota: todo lo que decía era oportuno, y estaba argumentado con precisión sobre datos exactos. Como todos, también tenía sus pequeños errores, pero estos le servían para enderezar el paso.

En la vida política de Fraga me gustaría, como historiador, señalar tres etapas. La primera se refiere a su mandato como ministro de Cultura (llamado de Información y Turismo), en unos años en que se iniciaba precisamente la transición. Pues no olvidemos que esta comenzó en 1959. España necesitaba pasar de un régimen autoritario a otro de libertades democráticas, ya que esta era la condición imprescindible para entrar en Europa. Había quienes optaban por una especie de ruptura. Fraga y quienes colaboraban de algún modo con él estaban convencidos de que la evolución es el acierto y la revolución el error. Desde dentro era preciso cambiar las cosas. Y la primera de todas, desde aquel Ministerio, era precisamente abrir las puertas a las opiniones en la prensa, la radio y el cine. Con Fraga tuve especial relación a través de aquellas Semanas de Cine de Valores Humanos que se creó en Valladolid y en la que me fue dado intervenir. Al levantar los dinteles pudieron entrar algunos nombres que parecían apartados. Y Fraga se mantuvo firme frente a quienes le criticaban porque Luis Buñuel volvía a estar en la primera línea de la pantalla.

Poco a poco iba llegando la libertad de Prensa haciendo a cada periódico autoresponsable. La preocupación en aquel Ministerio venía por la salvaguardia del orden moral. En aquellos años 50 y 60 se seguía creyendo que es un gran bien que se eviten las difamaciones y las calumnias. Porque el peligro que se señalaba era siempre el mismo: por dar privilegio a la «noticia» se puede causar daño difamando y calumniando. Un daño que no se limita a las personas afectadas sino que prende de una manera especial en el lector, ya que despierta en él los sentimientos que llevan al odio o al menosprecio, haciendo tenebrosa la dignidad de la persona humana. El balance del Ministerio de Cultura en la época de Fraga no puede ser más positivo.

 Luego volvió a la Universidad. Por poco tiempo, ya que sus cualidades iban a ser aprovechadas en otra dimensión, la embajada en Londres. Ya estábamos en el momento en que se establecían los primeros convenios con la Unión Europea y España se hallaba presente y con voto en muchos organismos internacionales. Pero en Inglaterra Fraga recibió una importante ayuda para su formación. Aquella democracia, medida y responsable en la fidelidad a la Reina, era precisamente el modelo que en España se necesitaba. La decisión, entonces, era llegar a constituir y reconocer partidos políticos pero superando enconos y resentimientos que a nada conducen y entendiendo bien el modelo británico que, entre otras cosas, databa de muchos siglos atrás. Al regresar a España, tomando nuevamente asiento en las estructuras políticas, buscó colaboradores para la formación de ese partido, que debía llevar el calificativo de Popular. Fraga sabía bien, y así lo defendía, que en la tradición de la Monarquía española la soberanía pertenece al pueblo, es decir, a las estructuras de la nación y no simplemente a una suma de individuos, y que el monarca es únicamente el depositario de la autoridad que a esa soberanía corresponde, respetando el uso y costumbre de cada uno de los componentes nacionales.

Ahí estaba la libertad. Fraga pasó a ser uno de los elementos básicos, tras la muerte de Franco, para redactar una nueva Constitución. Se reunieron en este menester gentes de las más diversas procedencias, antiguos enemigos enfrentados en la Guerra Civil que habían decidido prescindir de sus malos recuerdos y reservas de odio para entrar en una nueva era en que el pasado, sin prescindir absolutamente de él, debía ser únicamente la lección aprendida: aquella a la que no convenía en modo alguno volver. Para Fraga y los que pensaban como él, la gran ventaja en aquellos momentos estaba en la presencia del Rey Don Juan Carlos, que había contado con el afecto y confianza de Franco –que no nos engañen los ensayistas de ahora–, y compartía las ideas de aquella generación. España debía entrar en la democracia, pero al modo británico.

Fraga es, prácticamente, el creador del Partido Popular que de nuevo ha alcanzado el Gobierno mediante voto abrumador. Es curioso que quien ahora lo preside sea un gallego, como él. Don Manuel, a quien muchos, desde la distancia, admirábamos profundamente, volvió a su tierra de Galicia para convertirse en el político imprescindible que debía superar muchas debilidades que aún flotaban en aquella región. Nadie se engañe, yo soy nieto también de un gallego y llevo profundamente marcadas sus huellas. Los últimos años de sus existencia han sido dedicados por Fraga a estos dos amores profundos y convergentes, Galicia y España. Queda de él un recuerdo que es algo más que una simple memoria histórica. Nos encontramos ante una de las figuras capitales en esté proceso de más de medio siglo que debe permitir a España volver a ser una de las principales naciones de Europa; con amor profundo hacia las demás que con ella comparten sus bienes.