Moscú
«El sol se ve como una luna sin rayos ni brillo»
Tomo un «marshrut», un microbús para diez pasajeros que hace rutas con paradas solicitadas. Vamos con todas las ventanillas abiertas, tragando humo y gases de escape, pero con la bendita corriente de aire.
El humo rodea la carretera, las casas, que a menos de 100 metros se difuminan en una leche blanquecina e inmóvil, los coches van con luces antinieblas. A veces no se ven ni las señales de tráfico. La gente con aire acondicionado en el coche da gracias a Dios por quitarles la avaricia cuando lo compraron.
En Moscú hace días que el humo no deja ver la acera de enfrente. Invade incluso el metro, donde turistas japoneses con mascarillas se hacen fotos. Los moscovitas hacen mascarillas con cualquier retal, o se tapan con un pañuelo. Otros usan máscaras de pintor o de cirujano.
A lo largo del día la neblina pasa por distintos grados de espesor. El sol se ve como una luna, sin rayos ni brillo, rojo al atardecer y al amanecer. El humo te irrita los ojos, te reseca la garganta, provoca tos. La gente va semidesnuda, muchos hombres sin camisa, con una toalla en los hombros para secarse el sudor y taparse la nariz. Llevan botellas de agua o refrescos para beber o humedecer las mascarillas. Todos estamos empapados en sudor por el efecto invernadero y la falta de viento. Sólo ayer empezó a soplar una brisa aliviadora. No se cancelan los espectáculos. La gente acude a ellos con sus mejores galas. Muchos buscan sitios con aire acondicionado. Pero el centro de Moscú está muerto, sólo se ven policias enmascarados y pocos peatones. Los turistas son aves raras.
En la parroquia católica de San Luis de los Franceses, en la calle Málaya Lubianka, cerca de la antigua sede de la KGB, todos los asistentes a la misa en francés van enmascarados. En la misa en ruso pocos la usan, excepto una chica con fama de ir siempre a la moda, que lleva una mascarilla especial con válvula. Ella dice que «así las vendían en la boca del metro, y este modelo permite sacar la humedad, como las máscaras antigás de verdad». En misa los abanicos son generales, algo que no era común en Rusia. El padre Kowalevsky invita a rezar por el tiempo y por los parroquianos de salud débil, que no pueden soportar el humo y el calor. Aprovecha para recordar cuando «en la epoca soviética planificaban secar los pantanos para extraer turba, y ahora estamos viviendo el resultado». La gente ya está acostumbrada a lo peor. Piensan que no hay nada que hacer, que sólo queda resignarse y sobrevivir hasta que cambie la situación. No se oyen críticas al Gobierno. Se lamenta la falta de aire, la sequía, el calor inusual, se esperan la lluvia y el viento. Nadie habla del Ejército, ni de las bases nucleares desalojadas por el fuego. Parece que eso no interesa.
El cercanías me trae a Moscú desde una casa de campo al oeste de la región. Veo trabajadores que apagan restos de incendios forestales, talan árboles carbonizados, hacen una franja protectora entre el bosque y las vías de trenes. Gente semidesnuda, negra de hollín, muertos de calor y asfixiados por el olor a quemado. En las casas de campo del oeste la gente se siente más tranquila. Allí acuden muchas familias con niños. Todos huyen de Moscú.
La contaminación dobla la mortalidad
La mayor ola de calor en la historia de las observaciones meteorológicas en Rusia y el denso manto de humo de los incendios forestales que hace hoy cuatro días cubre Moscú han multiplicado por dos la mortalidad en la capital rusa. «En estos días la mortalidad en Moscú ha aumentado el doble», admitió ayer en rueda de prensa el jefe del departamento de Sanidad del Ayuntamiento, Andrei Seltsovski, confirmando las informaciones que ya circulaban por Internet. En un período normal en Moscú se registran diariamente entre 360 y 380 fallecimientos, mientras que ahora son alrededor de 700. El funcionario indicó que como consecuencia de ese aumento del número de muertes, los depósitos de cadáveres de la capital rusa están cerca del 90% de su capacidad.
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