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Séneca en Lorca

La Razón
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En cierta ocasión, el filósofo hispano Séneca reflexionó sobre las devastadoras consecuencias que derivan de la desgracia escribiendo lo siguiente: «Est aliquis dolendi decor, hic sapientes servandus est». La frase –que podría traducirse como «Incluso en el dolor existe un cierto decoro y aquel que es inteligente debe conservarlo»– resulta ideal para comprender el estoicismo al que se adhirió filosóficamente Séneca, pero también para captar algunas de las manifestaciones más nobles del alma española. Los ejemplos abundan. Cuando Felipe II, en una de las mayores majaderías de su reinado, cosechó el previsible desastre de la Armada invencible enviada contra Inglaterra, alguno de los mandos supervivientes optó por meterse en la cama, volver su rostro cara a la pared y dejarse morir. Se trataba de un estoicismo similar al mostrado por Cervantes cuando lo excomulgaron por realizar requisas de bienes eclesiásticos o al de Cerezo cuando, tras defender el fuerte de Baler en Filipinas, lo abandonó convencido de que le constituirían un consejo de guerra por seguir resistiendo tras la capitulación. Las desgracias, las contrariedades y las catástrofes tienen consecuencias devastadoras sobre la mayoría de los seres humanos, pero no es menos cierto que hay personas que ante la calamidad exhiben un decoro que muestra su naturaleza quizá humilde, pero, a la vez, noble y grande. Lo sucedido en Lorca durante esta semana ha sido una catástrofe natural que se ha cobrado vidas humanas y daños materiales. Sin embargo, también ha constituido un ejemplo de admirable civismo, de conducta acertada ante el dolor y de loable dignidad humana. No se trata sólo de que en Lorca no se han visto escenas de saqueos, de pillajes o de histeria sino que los lorquinos han reaccionado como lo han hecho por regla general los murcianos a lo largo de la Historia de España. Temo que si esta desgracia hubiera golpeado a cierta región norteña privilegiada fiscalmente, habríamos escuchado enseguida los cantos a la independencia porque el Gobierno central no impidió el terremoto y si la catástrofe hubiera recaído sobre Cataluña, los nacionalistas nos habrían acusado de quitarles los medios para evitar los seísmos y, acto seguido, habrían ideado nuevas maneras de vaciar el bolsillo de los españoles. Los lorquinos han reaccionado como suelen hacerlo los murcianos: enfrentándose estoicamente con el dolor, no cayendo en el victimismo y apechugando con las contrariedades. Así se comportaron, dicho sea de paso, cuando el nacionalismo catalán, en comandita con ZP, los privó del agua que necesitaban para sus huertas en uno de los ejemplos de miseria política y moral más degradantes de los últimos años. Así se han comportado cuando ZP los ha sometido a un cerco despiadado porque son una CCAA gobernada por el PP. Así han vuelto a comportarse cuando la desgracia se ha cebado sobre ellos en forma de terremoto. Afirma un dicho popular que Rufete, a su paso por Lorca, se convirtió en paradigma de cómo no hay que comportarse. Dios sabe si Rufete sólo fue un simple majadero o un desconsiderado malqueda, pero su conducta comparada con la dignidad ética de los lorquinos se convirtió en paradigma de lo inaceptable. Y es que, como supo señalar Séneca, existe una dignidad especial para afrontar el dolor y una sabiduría derivada de comportarse así. Es esa dignidad y esa sabiduría la que estos días hemos podido contemplar en Lorca.