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Peter Brook: «Director en inglés suena como dictador»

El maestro de la escena vuelve al Festival de Otoño (ahora Primavera) con «11 and 12», un cuento africano de poder y religión. De su teatro y mil cosas más, charló con LA RAZÓN

Peter Brook, director de teatro
Peter Brook, director de teatrolarazon

En el mundo del teatro, su nombre provoca reverencias y halagos. «Él» está en Madrid, en un discreto hotel del centro. Allí descubrimos que es de carne y hueso: respira, ríe y quiere saber más sobre este periódico al que ha decidido conceder una entrevista. «¿Vas a preguntarme sobre "La flauta mágica"? Porque justo de eso he hablado en otra entrevista, ya tengo el trabajo hecho», dice con humor. Le digo que algo sí, claro. Y, aunque la idea era empezar por «11 and 12», el montaje con el que regresa a Madrid, al renombrado Festival de Otoño en Primavera (estará en las Naves del Español entre el 13 y el 18 de mayo), acabamos arrancando por la ópera de Mozart, que dirigirá en Noviembre en su espacio de París, el Théâtre des Bouffes du Nord: «El privilegio al dirigir "La flauta mágica"es que no tienes que partir del exceso, porque ha habido centenares de años de producciones que se han basado en eso, hay tal cantidad de escenografías, efectos visuales, proyecciones, todo lo imaginable, que ahora puedes empezar directamente eliminándolo», explica sobre la célebre «desnudez» de sus trabajos.-¿Cree que, a lo largo de los años, ha habido quien ha malinterpretado su idea del espacio vacío? -Estoy seguro. La gente ansía simplificar, incluso en la política. La gran heroína conservadora de todos los tiempos es Margaret Thatcher. En una época de enormes problemas sociales, los redujo a algo simple: esto no es bueno, debemos hacer esto otro. Y la gente la siguió. La simplificación es el peligro constante de la humanidad, no la sencillez. En radio y televisión, hoy tienes que reducirlo todo a «piezas», la forma más breve en que se puede contar algo. Y, sin duda, los directores jóvenes pueden pensar: «Ahí hay una fórmula. No tenemos que hacer nada: nos servimos de esta caja vacía y ya está». Pero a la sencillez hay que llegar, no empezar con ella. De lo contrario es tan perjudicial como cualquier exceso barroco. -Se ha llamado a sí mismo «destilador», más que «director». -En inglés, la palabra director tiene un componente negativo, suena a dictador. Pero hay otro significado y tiene que ver con la dirección, con un sentido de la orientación. De otra forma lo que hay es la anarquía y el caos. Eso es una intuición, no una idea. Es justo lo opuesto de esa palabra horrible que está tan de moda que es «concepto». Un concepto lo bloquea todo: un plano está bien para un arquitecto, pero no para crear un proceso vivo. Mientras que la intuición es lo que sientes cuando, estando perdido en un bosque y alguien del grupo tiene esa sensación sobre cuál es el camino. Ahí es donde entra en juego la «destilación» del director. Quizá diga: «No hemos llegado aún». Pero ya hay una orientación. -¿Es consciente de que tiene seguidores y discípulos? -Eso no me interesa. No quiero discípulos ni seguidores. Quiero ser útil. Cuando la gente joven quiere trabajar conmigo les digo: sí, ven, escucha, observa, pero luego experimenta por tu cuenta en vez de seguir el camino de otra persona. He leído un millón de teorías y he conocido a gente de grandes cualidades. Pero es siempre ese pequeño detalle inesperado lo que queda. En ese sentido espero ser útil.-«11 and 12», una obra basada en un libro del autor malí Amadou Hampaté Ba, habla de cómo los seres humanos podemos discutir por cualquier pequeña cosa... -Es una historia sobre cómo un malentendido cortés puede derivar en odios de familias, tribales, y de ahí en división de clases. Y, en esta historia, que trata también del periodo colonial, eso puede ser explotado. Así hizo el poder colonial francés, al igual que han estado haciendo los americanos desde que llegaron a Irak y Afganistán. Confrontaban a los partidos y a las tradiciones. En Irak lo vemos con los suníes y chiíes. Tratamos de evitar en la obra cualquier clase de debate. Al teatro inglés actual le encanta tener escenas con grandes discusiones. Nosotros lo hacemos al revés: basta con sugerir la existencia del poder colonial. A la vez, hay una razón para hablar de esto hoy: existe una guerra de religiones. Se simplifica: para un cristiano hoy, el Islam es una herejía; para el Judaísmo, lo son el Islam y el cristianismo; para el Islam, lo son las otras dos religiones. Pero las tres comparten un punto común: hay algo igual, que no puede ser descrito, una gran pureza que es la esencia del sentimiento religioso. Lo que tratamos de mostrar es a dos figuras sencillas que existieron. Una fue Tierno Bokar, un humilde habitante de una aldea que aprendió a convertirse en un maestro sin abandonar su poblado: él supo ver más allá de las barreras de la ortodoxia de su religión. En el lado opuesto estaba otro personaje, Hamala, un profesor de religión de creencias muy fuertes. Se encontraron y convinieron en la necesidad de la no violencia. Practicar la tolerancia es algo muy exigente. La verdadera «jihad» es la guerra contra uno mismo, defender un principio, no destruir a un congénere. Detrás de esto hay un sentimiento muy especial, que podría llamarse religioso. Lo que intentamos no es explicarlo en escena, sino generar ese sentimiento. -Esto tiene que ver con su idea del teatro como ritual que lleve a los espectadores hasta ese momento. -Yo nunca he dicho que el teatro sea un rito o una ceremonia, eso es demasiado formalista. Shakespeare es el mejor ejemplo: él usó todos los elementos de la vida cotidiana, también Mozart, para gradualmente llegar a un punto en el que puedes comprender todo. El final de «Rey Lear» es un gran silencio: no hay nada que entender, estás enfrente de una gran tragedia que has vivido paso a paso. El teatro te guía, pero no debes tratar de llegar ahí por un proceso ritual, como si estuvieras en una iglesia. En los años 60 se puso de moda entre los grupos de teatro experimental meter en escena gongs, cánticos.... Pero eso no es el teatro ritual.-A eso me refería, al camino hasta ese punto de entendimiento común, ese silencio... Y creo que sus ideas se acercan a eso.-Eso es lo que intenté hace años cuando estrené en Londres una obra sobre la guerra de Vietnam. El objetivo era guíar al público a un final en el que, en vez de aplaudir, se hiciera el silencio sin que nadie lo pidiera. Y después de eso, que la gente debatiera sobre política. -No sé si eso es posible en la actualidad, en este siglo XXI nuestro en el que todos vivimos tan deprisa. -Es muy difícil. Con esta obra hemos descubierto que se desarrolla de forma natural, excepto en Londres, donde la vida es una locura. Había gente que al final sentía que tenía que plaudir. El silencio los avergonzaba. En el día a día en Londres, en Nueva York, no hay silencio. Lo vemos en los restaurantes: están construidos para ser ruidosos, y cuanto más lo son, más gente acude.-Es el más africano de los directores europeos. ¿Qué tiene África que le interesa tanto? -Lo desconocido. África ha sido despreciada, considerada primitiva por Occidente. Los africanos tienen una cultura riquísima y una religión profunda, el animismo, que tampoco es respetada porque está basada en la naturaleza. -Han pasado 25 años desde que representó el «Mahabharata» en Madrid y la gente sigue hablando de aquel montaje. ¿Fue un momento crucial en su vida? -No, no contemplo mi vida de esa manera. Pero aquel montaje reunió una serie de cosas: sin tratarse de Shakespeare, era shakespeariano. Unió los diferentes conflictos de la vida sin juzgarlos, sin esa etiqueta reciente de nuestra cultura que es el bien y el mal. La alta cultura hindú contemplaba la vida como las grandes cualidades de las deidades descendiendo sobre todos los niveles de la vida. En el fondo estaban el caos y la ignorancia, no el mal. Es algo muy parecido a Shakespeare, que no habla del bien y del mal. En el «Mahabharat» no hay oscuridad, simplemente hay ausencia de luz; no hay mal, tan sólo ausencia del bien. Por eso, en la historia, que es la de una guerra, hay un retrato extraordinario, el de un gran guerrero, al que Krishna guía por los bosques del desconocimiento. En todo ser humano hay un momento en el que debe luchar, pero cuando tu Gobierno o el patriotismo te lo piden, cuando los americanos te mandan a por petróleo o cuando algún ayatollah te lo dice. El pacifismo no es una actitud naïve o débil, sino una demostración definitiva de fortaleza que te lleva a aguantar hasta ese momento extremo y final en el que no te queda más remedio que matar para poder decir: «se ha salvado una vida». Quizá el único ejemplo en este sentido fue la guerra contra Hitler.

 

Masacres por una oración másPeter Brook vuelve a Madrid con «11 and 12» (se podrá ver en el Matadero, entre el 13 y el 18), una obra basada en un libro de Amadou Hampaté Ba, gran recopilador de la tradición oral africana, que glosa a su vez una anécdota real de la vida de su maestro, Tierno Bokar. «La primera vez que oí hablar del libro de Amadou Hampaté Ba sabía que se trataba de una historia real, pero me dio la sensación de que estaba ante un mito, era casi increíble –cuenta Brook–. Un pequeño desacuerdo sobre si se debía rezar once o doce veces... Todo comenzó porque una vez, el maestro llegó tarde a la oración, así que en vez de once veces, los discípulos rezaron doce. Esa anécdota creció hasta convertirse casi en una guerra civil, con masacres». Verídico, por desgracia.