Historia

Estreno

Viva Berlanga: se apaga el cine español

Berlanguiano, na1. Perteneciente o relativo a Luis García Berlanga o a su obra. El cine berlanguiano /2. Con rasgos característicos de la obra de este cineasta español. Un humor muy berlanguiano (propuesta de José Luis Borau a la RAE)

Un momento del estreno de «Por la gracia de Luis», un documental sobre su obra dirigido por García Sánchez, en la sala Berlanga
Un momento del estreno de «Por la gracia de Luis», un documental sobre su obra dirigido por García Sánchez, en la sala Berlangalarazon

Madrid- «Tómese unas copitas a mi salud», le podría estar diciendo Luis G. Berlanga mientras lee usted estas líneas, dada su escasa afición al panegírico postmórtem: «Me gustaría decirles a los periodistas que me llaman para hablar de la gente cuando se muere que preferiría que me preguntaran sobre ellos cuando están vivos, pero aquí, en España, somos así, pasamos del olvido a la alabanza del obituario con una facilidad pasmosa, y es que en este país nos gustan mucho los muertos», escribió en LA RAZÓN el día que despedíamos a Antonio Ferrandis. En su obituario a Glenn Ford no tuvo reparos en tacharle de poco interesante y en enviarle una bofetada. Así fue siempre. Su hijo mayor, José Luis, pidió ayer a los ciudadanos que celebraran lo grande que ha sido su padre para el séptimo arte. Recordó que había muerto tranquilo, en su casa, de madrugada, después de haber cenado su tortilla de patatas.

A pesar de su ánimo de perdedor, algo debía barruntar sobre un entierro monumental. No todos los días muere un creador al que se pueda equiparar en el cine español con Cervantes en la literatura o con Lope de Vega en el teatro: destiló la tradición anterior y reinventó otra que aún pervive. Ya en sus inicios alumbró una obra maestra, «Bienvenido, Mister Marshall» (1953), que consolidó su unión con Juan Antonio Bardem, a quien siempre le separó la política, pues don Luis nunca quiso subirse a ningún autobús ideológico o estético.


El vitriólico Azcona
En 1961, gracias a «El verdugo», vivió otro encuentro prodigioso y aún más fecundo para la cultura española: con Rafael Azcona. «Tal vez Azcona me dio el rigor literario y ácido que a mí me faltaba –contaba–. De todos modos, con su estilo vitriólico siempre ha demostrado ser más romántico, y tener más ansias de salvar el mundo y al ser humano que yo,que desde hace mucho me convertí en un pesimista total». El guionista potenció aún más si cabe su humor negrísimo, con el que di-seccionó a la sociedad que le rodeaba con la esperanza de transformarla. Fue un rasgo tan distintivo de su obra como el amor infinito al actor. Esa pasión por quienes decían sus textos condicionaba todo, hasta la forma visual de sus filmes. Si en las escuelas de cine se estudia su predilección por el plano-secuencia es porque le parecía un pecado cortar a un intérprete inspirado.

Siempre lamentó la censura, aunque admitió que en «Bienvenido, Mister Marshall» le hizo un favor al eliminarle un par de secuencias, pero no se regodeó en aquello de «contra Franco vivíamos mejor». A finales de los 70 se marcó una trilogía en la que actualizó la óptica esperpéntica del mismísimo Valle-Inclán. Después llegó «La vaquilla», que le habían prohibido durante décadas. No quería jerarquizar sus películas, pero admitió que ésta era la más deseada, por la espera; que la más suya fue la última, «París-Tombuctú», y que «Plácido», que en realidad debía haberse llamado «Ponga un pobre en su mesa», le satisfacía más que «El verdugo». Este último título acabó por convertirse en uno de los alegatos cinematográficos imprescindibles contra la pena de muerte, un asunto que le obsesionó toda su vida. Décadas después, al mismo tiempo que criticaba a Bush por firmar ejecuciones, filmó «El sueño de la maestra», un corto basado en los fragmentos que no rodó para «Bienvenido Mister Marshall» en los que carga contra las distintas formas de ejecución.


Contra las subvenciones
Más allá de su influencia artística en todas las generaciones posteriores de cineastas, hasta el punto de que el adjetivo berlanguiano nos ha servido para describir miles de veces situaciones que vivía este país, su impulso a la industria será recordado como definitivo. Primero participó en las Conversaciones de Salamanca, una reunión de 1955 destinada a refundar el cine patrio. Después renegó de ellas, pues cayó en la cuenta de que ya existía una industria cinematográfica en España que «nos fuimos cargando con las modas posteriores del cine pobre de autor, entre el neorrealismo, la Nouvelle Vague y la manía de hacer películas sin gastar un duro. Puede que fuera el gran error de nuestra época», admitió hace poco. De ahí su interés por fundar un órgano gremial que agrupara a todo el sector como la Academia de Cine, de la que era presidente fundador, aunque tomó distancia «cuando los premios se convirtieron en mítines». El otro empeño, al que ha dedicado las últimas fuerzas, es la Ciudad de la Luz, de Alicante, que aspiraba a convertir en los mejores platós de Europa, que además de albergar grandes rodajes formara a nuevos profesionales. «Nosotros teníamos siete estudios durante algunos años, lo que no tenía nadie en Europa». Sin embargo, rechazó siempre las subvenciones: «El cine debe estar más allá de toda ley». A esto dedicaba el tiempo libre porque su verdadera vocación era la de erotómano. No tuvo pudor en confesarse sadomasoquista y fervoroso adulador del cuerpo femenino. Al fin y al cabo, «el erotismo es el único espacio de la libertad humana», esa era su base filosófica.