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Maizales rojos
Como nunca tuve fe en los psicólogos, intento desde hace años averiguar por mis propios medios cuáles son las razones por las que a menudo renuncio a luchar justo cuando estoy a punto de lograr mis objetivos. Me ha ocurrido muchas veces y me siento como el atleta que a punto de alcanzar la meta siente nostalgia de la salida y desiste de seguir corriendo.
La verdad es que en mi pesquisa interior no he conseguido grandes resultados. A pesar de haber meditado mucho sobre ello, en general ignoro las razones por las que tantas veces me compliqué la vida y caí arrodillado en momentos en los que lo más difícil era precisamente fracasar.
Hay dentro de mí algo muy poderoso que me arrastra sin remedio a malograr aquello por lo que con tanto entusiasmo reconozco haber luchado.
De niño ahorré dinero del que me daban mis padres para ir al cine porque mi ilusión era entrar en la frutería, vaciar mis monedas sobre el mostrador y comprar con mi propio esfuerzo un puñado de nueces. Un sábado salí de casa y lo hice. Logrado el objetivo en la frutería, me marché con las nueces a un portal y las aplasté una a una pillándolas en la puerta con la holgura de los goznes de las bisagras.
Con todas las nueces partidas en el suelo se me hizo un nudo de la garganta y me juré a mi mismo que jamás volvería a ahorrar un solo céntimo. No podía entender que ni en una sola de aquellas malditas nueces se hubiese incubado por sorpresa una mariposa, una cereza o un grillo.
¿Cómo era posible que fuese tan previsible y tan monótona la realidad? ¿Por qué si los primeros vientos de octubre arrancaban las hojas de los árboles, no las devolvía el siguiente vendaval a sus ramas? ¿A qué mierda era debido que ni siquiera de vez en cuando en el paisaje verde de mi tierra fuesen rojos los maizales? Joder, ¿y por qué, ¡maldita sea!, si yo quería ser un transeúnte niño sin amor y sin raíces, … por qué diablos mi madre no me dio nunca el beso de buenas noches con los labios desleales y genéricos de otra mujer?
Me habría gustado saber por qué es así como aún me siento al cabo de los años. Entonces tal vez sabría también por qué cada vez que vuelvo tarde a casa temo no ser lo bastante valiente para equivocarme definitivamente de portal. (A Carlos Herrera, por permitirme ver rojos los maizales).
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