Cataluña

La vida sigue igual

La Razón
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Confieso que no consigo contagiarme del entusiasmo que ha invadido a algunas personas tras los resultados de las últimas elecciones en Cataluña. Sé que se ha popularizado la idea de que la victoria ha sido del centro-derecha y que todo esto indica que el cambio ha comenzado, pero, con el corazón en la mano, no puedo compartir ese análisis. Vayamos por partes. ¿Ha disminuido el peso del nacionalismo en el nuevo parlamento catalán? No. A decir verdad, ha experimentado un incremento en el número de escaños. ¿Ha aumentado el nacionalismo moderado? El nacionalismo moderado no existe salvo en la mente de aquellos que se lo quieren creer, pero, en cualquier caso, de existir no es el de Artur Mas –no digo ya Puigcercós o Laporta– que habla del referéndum de independencia a medio plazo, que anda mareando la perdiz con un nuevo pufo catalán, al estilo del vasco y del navarro y que va a continuar con la política lingüística y educativa de los gobiernos anteriores. ¿Acaso no ha tenido un triunfo espectacular el PP? Esto va a doler a los fieles del Concilio Valenciano I de Rajoy, pero no. En número de escaños ha obtenido uno más, pero en lo que se refiere a los votos sigue por detrás de los que obtuvo Vidal-Quadras hace ya década y media. Por añadidura, ni sumado a Ciudadanos puede controlar a CiU. ¿No implica todo esto la caída de Montilla? Sí, pero no hay más que echar un ojo a los que pueden recoger su testigo –comenzando por la Chacón de «Todos somos Rubianes»– para darse cuenta de que no cabe tener mucha esperanza en que el PSC vuelva al redil de la Constitución. ¿No ha perjudicado el resultado a ZP? Pues a lo mejor, pero él no parece darse cuenta. De entrada, unas horas antes de las elecciones catalanas se reunía con una cuarentena –en el mejor sentido del término– de empresarios de los que apenas media docena le pusieron objeciones a su manera de gobernar. En otras palabras, ZP podía afirmar a la salida –y sin mentir– que la mayoría de los grandes empresarios no se habían opuesto a su política. Pero, por si fuera poco, Montilla era el adoquín que obstaculizaba el camino de encuentro entre Mas y ZP. Desalojado el mojón que representaba el cordobés, ZP se siente ahora más seguro que nunca de contar con el apoyo de CiU para concluir la legislatura. ¿No piensa entonces dimitir ZP? Aquí me permito ser yo el que formule una pregunta: ¿por qué habría de hacerlo? Los resultados de Cataluña han sido dañinos para el PSC, pero no para él. Los empresarios no le han leído la cartilla. Los sindicatos están más que domesticados. Un porcentaje significativo de los medios de comunicación apoyará al PSOE aunque decrete el asesinato masivo de ancianos. Es cierto que las elecciones municipales y autonómicas se perfilan con muy mal cariz, pero, una vez más, esa circunstancia no tiene por qué ser mala para ZP. A decir verdad, hasta podría facilitar la tarea de movilizar al electorado de izquierdas bajo el grito de que el fascismo regresa a La Moncloa. En fin, que lo siento por los que están eufóricos, pero, tal y como yo veo las cosas, la vida sigue igual. ¡Vamos! Si hasta lo cantaría Julio Iglesias…