Londres
Desfile chupiguay por Lucas Haurie
Los jugadores de la Selección, la que se escribe con «s» mayúscula, se han ganado en el campo unos derechos que los chicos de Luis Milla juzgaron hereditarios. Pese a perder contra Japón (le ahorraremos al lector la broma de Oliver y Benji), les hacía ilusión participar en la ceremonia inaugural. Sin problemas: el erario de esta riquísima Administración, usted y yo, les costeó un chárter de Glasgow a Londres para que no se llevasen el disgusto, pobres, y para que De Gea pudiera colgar en su Twitter las fotos más molonas. ¿Cuánto costó la broma a la Federación, o sea, al Estado que la financia?
Ciclistas y yudokas, que competían al día siguiente, renunciaron al desfile para ahorrarse las dos horas de pie, y hasta los medallistas múltiples de la vela renunciaron al honor de llevar la bandera española. No así los compañeros de Rodrigo, un veinteañero que después de un mes entrenándose, se acalambra en el minuto 60 del primer partido.
La frivolidad se paga en «cash» en la alta competición, y ésta lo es aunque los rivales vengan de Honduras o Gabón. Los tres campeones de Europa (Javi Martínez, Jordi Alba y Mata) se saltaron la preparación y las alineaciones han tenido algunas presencias sólo explicables desde el punto de vista político. Pero bueno, para el deporte olímpico español se trata al fin y al cabo de una buena noticia: ya no se abrirán telediarios con la dichosa rojita (valiente cursilería) ni se alterará la programación radiofónica para retransmitir los encuentros de este equipo en todos los sentidos menor.
Un minuto de atención cada cuatro años para las disciplinas minoritarias, por favor.
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