Moda
OPINIÓN: La gloria
El reciente fallecimiento del diseñador Jesús del Pozo, inesperado excepto para los más íntimos, añadido al anuncio de que su muerte no impedirá que veamos en el próximo Cibeles su última colección –aún hoy incompleta–, nos invita a preguntarnos cuál es el verdadero testamento creativo de un diseñador.
Primera respuesta de emergencia: ni siquiera ellos lo pueden controlar. Tras su muerte, una especie de ruleta rusa del destino mezcla la genialidad con el azar, el talento con el don de la oportunidad, los fieles alumnos con los acérrimos enemigos. Pero si el fallecido es grande, el tiempo termina dándole la razón, lo hace más incuestionable y más genial.
Así ocurrió con Cristóbal Balenciaga, aunque él, antes de morir inesperadamente, ya había decidido dejar la aguja de coser. Casi todo lo que hizo Balenciaga era muy bueno, y lo muy bueno de Balenciaga, cada vez nos parece más bueno. Todo el mundo respeta su memoria, ya no es solamente –como en el caso de Velázquez– un excelente artista, el primero de su tiempo, sino incluso algo más, un genio absoluto de su época.
Con Manuel Piña ocurre exactamente lo contrario. Una muerte relativamente esperada, dado que su enfermedad nos tenía a todos más que avisados, le impidió seguir trabajando, como sin duda ninguna era su ilusión. Manuel Piña si no era diseñador de moda no era nada... En todo caso, un pobre hombre de la Mancha perdido en la crueldad de una ciudad que si él desfilaba le extendía la alfombra roja, pero si no desfilaba, le negaba hasta el micrófono. También él es ahora más grande que el día que murió. duda , prueba de la calidad de su trabajo, pero –y aquí sí que son necesarias las comparaciones– nadie ha reivindicado su memoria como él se merece. Su obra duerme un injusto «sueño de los justos», 40 grados a la sombra, en su pueblo natal.
Como a Balenciaga, como a Piña, a Jesús del Pozo le seguirá la gloria, un pasaporte a la inmortalidad hecho de las infinitas lecturas y relecturas de su obra. Los tres son lo suficientemente grandes para aguantar el envite. Los tres se murieron con la «mejor colección» hecha pero, paradojas del destino, es la memoria, la administración colectiva de esa memoria, la que elige su lugar en los altares de la fama.
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