Los Ángeles
El depilador
No marchan bien los pequeños negocios. Hay que adaptarse. No parece posible que el Gobierno de Rodríguez se mantenga durante un año de agonía y quiebra. Pero hay personas previsoras, que saben enfrentarse a los malos vientos con ideas innovadoras. Una de ellas es un peluquero amigo, que previendo lo que se antoja inevitable, ha decidido aumentar la oferta de su negocio con una nueva especialidad gremial. La depilación de cejas. En las facturas impresas, a sabiendas que comete una espectacular falta de ortografía, lo ha mandado imprimir de esta manera: «Depilación de Zejas: 30 euros». Se va a forrar. Es discreto y guarda el secreto profesional. No obstante, entre copa y copa, he conseguido tirar de su lengua en lo que se refiere a sus expectativas de negocio. No cuenta con depilarle las cejas a Javier Bardem y Penélope Cruz, porque tienen previsto hacerlo en Los Ángeles, esa ciudad comunista de los Estados Unidos, con hospitales baratos y monumentos dedicados al «Ché». Pero se amontonan los pedidos y las reservas. No suelta nombres, pero confía en depilar treinta cejas de famosillos por día a partir del 22 de mayo.
La depilación consiste en aligerar el peso y la densidad ideológica y física de las cejas –en este caso, las «zejas»–, de un buen número de pancarteros, pegatineros y titiriteros de la llamada «cultura», que presumen inquietudes de pesebre en el inmediato futuro. Entre ellos no figura Santiago Segura, que con sus «Torrente», además de demostrar su talento, ha conseguido camuflar el fracaso del cine español con su indiscutible éxito de taquilla, de taquilla libre y voluntaria, no sujeta a los dineros de los contribuyentes, despilfarrados en películas cretinas e infumables. Me comentaba, días atrás, un gran cineasta español, que los cejeros o «zejeros» aborrecen a Segura por el triunfo torrentino, y lo consideran un desertor del grupete. Mi amigo el peluquero y depilador «zejero» ha calculado que pueden ser más de mil los personajes y personajillos más o menos conocidos que van a proceder en las próximas semanas a descejarse, aunque ello no signifique un brusco cambio ideológico, sino un mera triquiñuela en pos de la supervivencia gorrona.
El problema no es otro que garantizar la privacidad del servicio. Mi amigo el depilador no quiere ni reporteros, ni cámaras ni fotógrafos en el umbral de su negocio. Pretensión tan comprensible como profesional. Le he recomendado que distancie las reservas de los «zejeros» famosos, pero me dice, con educado énfasis, que todos los «zejeros» son famosos, porque si no lo fueran, por mucha ceja que tuvieran no habrían sido compensados en estos últimos años. Y que teme, temor no infundado, que su establecimiento de depilación de cejas o de «zejas» se vaya a convertir en un nuevo camarote de los hermanos Marx, que nada tienen que ver con el Marx que ninguno de ellos ha leído exceptuando a Luppi y Diego Botto, que como buenos argentinos, tampoco lo han leído pero lo disimulan mejor. No resulta sencillo garantizar la intimidad en la dura resignación de aligerar las cejas, de amputar los flecos pilosos que han sostenido, hasta ahora, la seguridad del condumio y la posibilidad de adquisición del ansiado chalé en primera línea de playa. Muchas escobas van a ser precisas para barrer tantas cejas recortadas.
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