Venecia
De la Iglesia: sinfonía inacabada
Recién salida del horno, presentó ayer en Venecia «Balada triste de trompeta», su nueva y agresiva película, que la crítica extranjera aplaudió con cierta timidez. El director estaba con los nervios de punta porque sabe que el León de Oro está en juego.
Revisar las últimas entradas del blog que Álex de la Iglesia ha dedicado a «Balada triste de trompeta» es asistir a una lenta crucifixión. El cineasta tuvo lista la película el jueves pasado, a seis días de presentarse a competición en la Mostra. «El buen director no es el que hace las cosas a gusto», afirma De la Iglesia, «sino el que en una situación infernal consigue sacar algo de interés. Creo que funciono mejor con estrés». Recién salida del horno, la película estalla como un pastel de sangre lanzado contra el espectador. Es el filme más agresivo de De la Iglesia, una batidora de obsesiones siniestras que salpican la memoria del franquismo.
Una batidora que hace ruido y corta cabezas: ni Franco se libra de una mordedura en plena mano. ¿Por qué, pues, es tan difícil distinguir la letra, el corazón de esta balada que Raphael cantó en la película de Vicente Escrivá «Sin un adiós», y que encontramos en el origen de un proyecto tan ambicioso como excesivo? La crítica extranjera se quedó sin habla ante semejante delirio: tímidos aplausos no supieron disimular una cierta estupefacción. Es la única película española a concurso, y la primera de Álex de la Iglesia que compite en un certamen internacional. Los nervios, a flor de piel: «El ridículo redime o purifica. Hacer una película es mostrarte de una manera violenta, y en ese sentido siempre acabas sintiéndote ridículo, te sientes payaso». Dice Álex de la Iglesia que ésta no es una película sobre el circo.
«El circo es una herramienta. Por eso nunca enseño las actuaciones de los payasos. El payaso es un arquetipo, un símbolo». Un símbolo, ¿de qué? ¿De la locura de dos hombres enfrentados, como las dos Españas? ¿Del reino de las tinieblas que habita en toda sonrisa, en toda relación amorosa? Es difícil decirlo, en cuanto el filme no deja espacio para que los personajes respiren, para que desarrollen la angustia de sus vínculos. Las secuencias se suceden como disparos a bocajarro: la película no se da tiempo a sí misma para reflexionar sobre sus propios mecanismos narrativos, sobre la compleja psicología de sus criaturas. Lo decorativo desplaza a lo psicológico: el payaso es un símbolo que parece haberse escapado de un cuadro barroco, un elemento de «atrezzo» fundamental para entender un universo saturado de significantes. «El payaso es una figura terrorífica, fuera de contexto», comenta De la Iglesia.
Extravagante triángulo
Después de un prólogo y unos créditos extraordinarios, «Balada triste de trompeta» corre con impaciencia hacia el planteamiento de su extravagante triángulo pasional, con dos catetos (Antonio de la Torre y Carlos Areces) y una hipotenusa (Carolina Bang) enamorados hasta los huesos. El amor y la guerra vistos como sinónimos: «Es una historia de amor en un ambiente de guerra. Y es así como me sentía en el 73: con una sensación de pesadilla alucinógena que no entendía y una sensación soterrada de violencia continua». Se trata, como en «Muertos de risa», de dise-ccionar, a través de lo popular, una época oscura: «Me pasa como el personaje de Carlos, que nunca fui niño. Desde los cuatro años era muy consciente de que hay problemas más importantes que jugar. Veo las cosas sin inocencia, que es algo que también le ocurre a España». Ese exorcismo es a la vez visceral y trivial: la velocidad con que se producen cambios de escenario y de comportamiento es tal que resulta imposible reposar la innegable fuerza de algunas de sus imágenes. Convertidos definitivamente en monstruos, los dos payasos se dejan la piel por quedarse con la chica. Sus esfuerzos acaban siempre con una lluvia de disparos o un machetazo, y corren paralelos a las imágenes del No-do, a la construcción del Valle de los Caídos, al Lute, al 600, al atentado contra Carrero Blanco. La violenta rivalidad de dos maneras de enfrentarse al amor como correlato deforme de la historia de nuestro país. «El amor conduce inexorablemente al horror y la única manera de impedirlo es a través del humor».
Camino de la destrucción
De la Iglesia habla de su triángulo, pero la declaración es aplicable a España. Hay que tomársela con humor. Estupendo, pero el humor es una mueca congelada: aquí pesa más la ira, la venganza, el desquite sangriento. Siendo una película que quiere demostrar cómo la ira y la venganza conducen inexorablemente a la destrucción, resulta curioso que sea tan hostil, tan furibunda, como si tuviera prisa por autodestruirse con sus personajes. A ellos nos cuesta no sólo quererlos sino también entenderlos, a pesar de que De la Torre y Areces intentan procurarles un toque humano que se echa de menos en el guión. «Balada triste de trompeta» recupera la tradición de un cine español que, hasta ahora, De la Iglesia consideraba ajeno a su obra. «La película tiene mucho de Pedro Olea, de Mario Camus, de "Furtivos"», explica. El cine de la España negra, el cine que daba un estimulante rodeo para hablar de política desde el fantástico o el esperpento gótico. Las luces pueden deslumbrarnos pero al poco rato de estar dentro del parque de atracciones no sabremos a dónde mirar. Las luces, decíamos, nos vuelven ciegos, y no acertamos a notar la ternura del monstruo. Sólo oímos sus gruñidos: a saber dónde estará su corazón.
Junto a De la Iglesia se midió «Noi Credevamo», la epopeya de casi cuatro horas que resucitó el Risorgimento en las pantallas de la Mostra veneciana. Mario Martone no muestra demasiado interés en ser didáctico, por lo que el localismo del proyecto, que parece destinado a convertirse en miniserie, no arrastrará a las masas fuera de Italia. El filme atraviesa treinta años de historia para examinar qué significa el nacionalismo en tiempos en los que las ideologías extremistas, sean de izquierdas o de derechas, lo esgrimen como constitutivo de una identidad patria. Si piensan en «El gatopardo» o en las películas históricas de los hermanos Taviani, se llevarán un chasco: rígida como una farola, su puesta en escena transforma a su apasionado trío de patriotas en un candelabro de tres brazos que no disimula su baño de óxido.
Para Guardans, el cine español está «casi en su mejor momento»
Mientras De la Iglesia presentaba su «Balada triste de trompeta», Ignasi Guardans sacaba pecho un día después de que Competencia criticara el sistema de ayudas al cine español. «En términos de capacidad creativa, el cine español está, no me atrevería a decir en su mejor momento, pero casi», aseguró el director general. Guardans no entró a valorar las críticas de Competencia, aunque sí hizo referencia a ellas con una metáfora: «No perdamos demasiado tiempo en hablar de las vigas, del cemento, de la calidad del fundamento, y dejemos ver la belleza del edificio que hemos construido. Eso nos empobrece a todos». Por su parte, la Federación de Productores Audiovisuales Españoles (FAPAE) ha emitido un comunicado en el que asegura que, «aunque respeta el informe de Competencia, quiere resaltar que las ayudas al sector a las que hacen referencia no alcanzan el 1 por ciento de las ayudas públicas que se otorgan en el Estado». Además, FAPAE dice que, «ajustándose a las condiciones requeridas, cualquier productor puede acogerse de igual manera al sistema».
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