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Previsibles y aburridos por Lluís Fernández

La Razón
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Normalidad, esa es la tónica de la 26 edición de la Gala de los Goya de este año. Atrás quedan las algaradas y las protestas progres contra la derecha cuando toca poder. La pérdida de prestigio y público ha hecho reflexionar, aunque sea de forma interesada, a los cejateros, y esta vez han dejado que el glamour y la fantasía vestimentaria de las actrices brillasen con lujo caro.

Se buscaba reconciliarse con el público. Mostrar la fachada amable del mundillo cinematográfico español, dominado por la progresía. Prueba de ello es la elección de Eva Hache, con ese puntito sectario, imprescindible para demostrar que cuando vuelve la derecha ellos siguen en la brecha.

De entrada, «a pié de la alfombra roja», el desfile de las actrices era un canto coral a los grandes modistos, al escote palabra de honor y los tules en colores carne, oro y distintas pedrerías que refulgían con iridiscencias cegadoras. Entre algún traje de noche negro de paillete y cierto recargamiento de encajes y rosas, como el de Melanie Griffith, han primado los tonos pastel y el nude, y los tutús vaporosos estilo princesas. El look ilusión de Grace Kelly.

Ya de lleno en la gala, los tres discursos oficiales de la dirección de la Academia no pudieron ser más conciliadores. Fue la única vez que se dirigieron al ministro Wert y tanto en las caras de los representantes del Ministerio de Cultura como de los académicos había una seriedad grave y asumida. La crisis, internet y las subvenciones andaban enredadas en el mismo ovillo.

Se diría que, ante la inquietud por las distintas crisis, hubo mucha prudencia y discreción. Lo que se notaba y hasta se agradecía era el olvido de los políticos, desaparecidos entre los famosos. Hasta el «Muletilla» tuvo más presencia que ellos.

Lo mejor que puede decirse de la presentadora fue también su discreción. Es cierto que sus chistes eran vulgares, estilo El club de la comedia, y tanto ella como los demás actores y raperos deberían ir a clase de canto y baile si lo que pretendían era imitar el musical americano, pero su falta de pretensiones y cierta parquedad en sus apariciones fue de agradecer.

Si la ceremonia es siempre aburrida, este año los largos parlamentos y el tedio se han ido apoderando de espectador hasta dormirlos en el sofá. Lo más sensato que puede decirse de los premiados es que no había que ser un genio para prever los resultados. Isabel Coixet, con su esperable galardón al mejor documental, puso la nota rebelde y contestataria reivindicando al juez Garzón. Ni los aplausos fueron suficientes para premiar su osadía.

Al final, mucho Urbizu, poco Almodóvar y un equitativo reparto de la pedrea entre «Eva», «Blackthorn», «Arrugas» y «La voz dormida». Si apostabas por José Coronado, ganaste. Si pensante que el Goya a la mejor de dirección sería para Enrique Urbizu, acertaste. Y si creíste que la Academia le daría el premio a la mejor película a Almodóvar, perdiste. El triunfador fue Urbizu y Almodóvar desapareció de la butaca minutos antes de saberse el resultado.

Lluís Fernández