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La catedral y el retrete

La Razón
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Al tener noticia ayer de la muerte del saxofonista Clarence Clemons pensé que Bruce Springsteen se queda sin un puntal para sus conciertos y que la E Street Band no volverá a sonar como antes. Pero hay algo más. La de Clarence es la muerte de un gigante real, la desaparición de un tipo corpulento, el negro fornido y vitalista al que yo imagino capaz de sudar caliente cuando lleve meses muerto. Incluso para quienes por su mal oído eran incapaces de apreciar la fuerza y delicadeza de sus solos de saxo, Clarence representaba la solidez, la garra, la fuerza de un tipo cuya solidez física parecía un motivo incontestable por el que asistir a los conciertos de Bruce. Personalmente siempre me impresiona mucho la muerte del hombre corpulento, probablemente porque incluso si tienen mala fama y aspecto hosco, los tipos grandes me inspiran una extraña confianza y la sensación de que por muy amenazadora que sea su presencia, al final resulta que el tipo corpulento es un hombre emotivo con voz de trueno, manos de boxeador y bondad de panadero. A mi el bueno de Clarence Clemons siempre me pareció la clase de hombre rudo y a la vez sensible que aunque a simple vista intimida, y a veces hasta asusta, es evidente que también tiene flaquezas y es obvio que si superas el recelo y te acercas a él, notarás que desprende un calor que va más allá de la simple temperatura corporal. Yo aprendí a vivir de madrugada en los peores antros y con la gente menos recomendable gracias a lo que me enseñó sin alardes pedagógicos un tipo corpulento que para empezar me marcó las distancia con un abrazo con el que me hizo ver que del mismo modo que me mostraba afecto, podría estrujarme hasta convertir en harina para cerdos mi columna vertebral. Murió hace algunos años, cuando a mi ya no me quedaba mucho que aprender del mal ambiente en el que a pesar de algunas dudas nos hicimos amigos. Fue aquel rudo matón quien me enseñó a esperar el afecto al otro lado del miedo y me inculcó la idea de que a veces la amistad de un hombre hace más daño que su indiferencia. Con motivo de la muerte de Clarence Clemons me acuerdo de él y no me importa admitir que fue en su garito donde aprendí que a veces por sus manos rudas se llega al corazón tierno de un hombre, y que eso es tan emocionante como si por la puerta del retrete del burdel se pudiese entrar al interior de una catedral.