Historia

Francia

Francia sueña con Thomas Voeckler

Quizá por esa vida inconclusa que es la del señor Voeckler, el padre del que nada más se supo una mañana que zarpó con su barco en Martinica, perdido en el Caribe, por la bicicleta a la que poco después se subió para honrarle –él se la había regalado–, mira siempre Thomas Voeckler al horizonte lejano. Al vacío que le dejó el progenitor con 13 años.

La Razón
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El pequeño Thomas siempre surcaba los mares junto a él. El azar quiso dejarle aquel día sobre la tierra mientras el padre se hundía. Thomas estaba destinado a ser una estrella, a ser ciclista, «hombre-show», como perfila en cada gesto extravagante. Todo, por dejarse ver, exhibicionista.
Pero nada de bicicletas que sobrevuelan por hilos finos y a punto de rasgarse, pues Voeckler no sueña, sus pies pisan suelo. Quizás también por eso, porque con aquel velero se fue parte de la inocencia del hombre que ahora hace soñar a Francia con el Tour. No, dice Voeckler, «tengo cero posibilidades de vencer», sensato a pesar de que sus rivales ya le consideran una amenaza.
Su vida viene surcada por horizontes. Se trasladó con su padre, un psiquiatra harto de su trabajo y decidido a cambiar de vida pilotando barcos, y su madre, anestesista, a Martinica. Allí competía en regatas. Cuando al progenitor se lo llevó el mar regresó a Francia; era una llamada. Su padre le había regalado una bicicleta y quería honrarle. Se recluyó en un piso junto a otros estudiantes de la Roche sur Yon, y matriculado en un curso de Ventas pasó los primeros años. Para sustentarlo, cada fin de semana, cuando sus compañeros se iban de fiesta, él se metía en la lavandería. Todo por la bicicleta.
Llegó en 2001, cuando el Bonjour le dio la oportunidad de ser profesional y le resevaron un hueco para el Giro. A dos etapas para concluir, les robaron las bicicletas y abandonaron. Thomas, no; veía Milán y su primera «grande» acabada. Y llegó, solo y sin equipo. Penúltimo en la general. Dos años más tarde, fruto de una fuga como en esta ocasión, se vistió de amarillo. Sabía que no iba a llegar muy lejos pero resistió en Plateau de Beille. Diez días de amarillo.
Baño de masas, éxito. Vestido con los colores de Francia ganó su segunda etapa en el Tour –su bautizo fue en la quinta de 2009–. Nada de todo eso tiene que ver con esta temporada, la de su consagración. Ocho triunfos entre los que destacan dos etapas en la París-Niza, una en el Giro del Trentino y las generales de Haut Var y los Cuatro días de Dunkerque, unidos a la semana de amarillo, hacen soñar a Francia mientras él, despierto, mira al horizonte con claridad.