Crítica de cine

Las cosas en mí por Agustín García Calvo

La Razón
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Que es que, al tratar de volver sobre las viejas discusiones entre «objetivo» (lo que se ve) y subjetivo (el que lo ve), la disputa de si puede o no hacerse algo que no esté ya dado en el futuro real, no puede menos de volverse a dar en las cuestiones infantiles. «¿Están en uno las cosas? ¿tienen que formar parte de mí para que pueda yo sentirlas y entenderlas? o, por el contrario, ¿tengo yo que estar entre las cosas, en el mundo de las cosas para que haya entre ellas y yo alguna comunicación y por tanto también conocimiento?». Esto parece evidente: ¿cómo voy a sentir y comprender yo algo que ni pertenece a mi mundo ni a la lista de sus cosas? Si me apuran, me harán fácilmente declarar que las cosas todas están en mí y que no hay otro mundo que no sea el mío.
O, por el contrario, «¿exigen las cosas que yo sea una de ellas?, ¿que yo, dejando mi condición de dueño y conocedor del mundo, venga a ser una cosa como otra cualquiera de las que los conocedores conocen?»
No voy ahora a hacer volver a los lectores sobre los siglos de filosofía vulgar y literaria que en torno de esas ascuas han surgido, ni sobre la equivocación que nuestras partes de la oración trae consigo; de modo que lo que hago será volver una vez más a la lengua corriente, y algo brutal, pero no por ello menos teológica: todas las cosas ¿son dinero? ¿El dinero es lo mismo que todas las cosas? Lo cierto es nuestra maldición, la humana: al introducirse el dinero, las cosas y riqueza mueren, por eso de que ya todas son la misma, y se nos había hecho creer que la vida era la diferencia. 2º paso, la maldición: consiste en que todas las cosas, al reducirse a dinero, dejan de ser cosas y se vuelven puros números. Ya ese proceso es bastante muerte para las cosas (para las cosas y, de paso, para nosotros, si nos dejamos serlo). Pero la faena se remata al hacer que el dinero, en vez de perder su condición de cosa, se empeña en seguir siendo una cosa distinta de las otras, intercambiable con ellas.
Pero este progreso o panorama de la muerte en el tiempo es tal vez demasiado grande para intentar releérselo a los lectores en el poco tiempo que nos queda para ello.