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Albacete

De encerrarme

La Razón
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Han acabado los encierros de San Fermín y tiene una la sensación de que, siendo las de Pamplona unas fiestas fenomenales, son cansadas incluso a través del televisor. Se pone uno el despertador, que ya cuesta incluso para ir a trabajar, y se enfrenta a un momento delicadísimo en el sofá y que consiste en que la panza no te tape la pantalla. Cuando ya has conseguido meter tripa y hacerte un café de sobre y agua caliente, oyes a los mozos cantar y aparece un gusanito naranja de bolsa en tu estómago que te dice que tú tendrías que estar allí, que ése es tu lugar en el mundo, que si tuvieras lo que hay que tener, estarías evitando toros o gintonis.

Y se abre el portón, y aparece la manada y la de humanos (manada también) sale pitando y es un concierto de gritos y de cencerros y te levantas del sofá. Unas fiestas tan cansadas como éstas son las de Ayna, en Albacete, donde se rodó parte de «Amanece, que no es poco». Además de recitar a Faulkner, en ese pueblo se sueltan animales mucho más civilizados que las personas y las personas, ya en pleno frenesí visigodo y de madrugada, se suben a unas cajas de gambas que tienen que vaciar en su estómago previamente, y se lanzan por las cuestas más empinadas de sus calles, con lo que el vértigo está asegurado. Pero no quisiera abandonar Pamplona porque hay algo en los toros de los encierros que me fascina y es que creo que localizan a los australianos antes incluso de que se abra el portón. A los australianos y a los neozelandeses. Oye, no hay año que esos pitones no cobren pieza antípoda, en ocasiones mortalmente y sin gracia ninguna. Salen esos toros y directamente van al costillar guiri. Corre un tío de Murcia y no le pasa nada, pero se atreve un oceánico y el bicho pilla. Y que no se entienda que me alegra, pero hay gente muy inconsciente. Dicho lo cual, a mí los que me tienen de su parte de manera radical son los pastores. Yo veo esas camisetas verdes y esas varas preparadas y es que muto en público entregado. Me encanta que aticen a todos esos idiotas que no tiene ni idea y que aprovechan a un cabestro en el suelo para montar su numerito, aunque a veces reciban su merecido gracias a la cámara lenta o a la repetición de la carrera donde se les ve haciendo el ridículo, como el de la camisa a cuadros del martes que no hizo ni un metro. Estuvo esperando con un periódico para pegarle en la cabeza al toro y acabó resbalando sin haberse movido un milímetro. Una costalada cósmica. Así que, enumerados los lamentables, ovación para los de siempre, a los que es fácil localizar, incluso por la tele.