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Pasiones turcas

La Razón
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Salía Guti «tan agutito» de la discoteca a las 4 de la mañana cuando se desvió del carril con su fardón Range Rover y se topó de frente con un autobús municipal, provocando lo que en territorio otomano y en cualquier geografía se llama un choque de culturas de aquí te espero, por fortuna sin daños personales y sólo algunas abolladuras de chapa. El problema vino cuando la policía se presentó y le hizo soplar la balada triste de trompeta, con un resultado comprometedor en los niveles de alcoholemia.

«Nada, no di ni positivo», mantiene ahora el ex interior díscolo del Real Madrid, más partidario del poder evanescente de las copas, o víctima de la disfunción de memoria de las melopeas. Quien por fortuna ha tenido que bregar con la justicia de la nueva Turquía heredera del legado del renovador Ataturk, tolerante con las religiones y tal vez con los modernos excesos occidentales, y todo se ha quedado en una multa de doscientos euros y pico, más la retirada del carnet durante 6 meses, que eso duele más. No ha tenido que vivir esas míticas prisiones turcas de antaño, como Lawrence de Arabia cuando cayó prisionero y fue repetidamente sodomizado. O Brad Davis en la película «El expreso de medianoche», condenado a 30 años en una cárcel donde era sometido a todo tipo de vejaciones y trato infrahumano.

Guti sólo ha vivido su particular expreso de medianoche en plena madrugada para salir de rositas como un ídolo inflado en segunda juventud. «Futbolistas jóvenes, alcohol y coches deportivos. ¡Cóctel mortal!», dicen por ahí. Pero este accidente no es el penúltimo escándalo de un muchacho al que gustó siempre más el petardeo que los goles, creído de una genialidad natural con la que logró engañar a parte de la afición. Lo suyo no es más que la demostración de que ha adoptado con entusiasmo las pasiones y delicias turcas igual que las antiguas del Foro, en esa continuidad en el jolgorio que suelen disfrutar los futbolistas exiliados en estado de prejubilación. Donde a veces les pillan en fuera de juego.